martes, marzo 28, 2006
Canoa: la noche de los pueblerinos vivientes
Como todos vosotros bien sabréis, uno de los elementos de estudio del cine de terror es el de la visión del “otro” dentro del imaginario colectivo. Así, las distintas ramificaciones que conforman el género tendrían un equivalente en una clasificación más global. En este sentido, cuando hablamos del otro, hablamos de la entidad que en las películas de terror amenaza la entidad física o espiritual de los personajes. Es entonces un elemento de constante amenaza no sólo respecto a estos personajes, sino especialmente sobre la cultura que les da cobijo. Esta visión, refleja entonces nuestros miedos no tanto como individuos, sino como sociedad. Drácula (Tod Browning, 1931), habla del peligro seductor de esa figura que es el vampiro, The ring (Hideo Nakata, 1998), nos sitúa al otro no sólo en un plano etéreo, sino que lo acerca a uno de los electrodomésticos más comunes, la televisión; Frankenstein (James Whale, 1931) va más allá y nos presenta al otro como parte de nosotros mismos; La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974), la que considero de planteamiento más salvaje nos presenta a otro completamente irracional y por tanto más temible. Pero el caso más emblemático es el de La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968), donde el otro es directamente una masa que como en el último caso, no responde a razones. Este caso es un paradigma, pues presenta nuestro miedo como sociedad a la violencia en estado puro, a la irracionalidad de los asesinatos que se dan en las grandes ciudades (aunque curiosamente la historia se centre en una granja de Pennsylvania) y en general a este auge de la inseguridad ciudadana. Es entonces cuando esta figura encarnada en este caso por los muertos vivientes conecta con nuestros miedos más profundos y genera el auténtico ambiente de intranquilidad (que no necesariamente miedo) que las películas de terror deben producir. Es entonces cuando aparece Canoa (Felipe Cazals, 1975). Canoa es una respuesta cinematográfica a unos tristes acontecimientos que se produjeron en México, cuando unos trabajadores universitarios fueron asesinados por todo un pueblo (Canoa). La película estudia con una gran precisión la locura del fanatismo de un pueblo anclado en el pasado, frente al cosmopolitismo (sin pasarse) de los trabajadores universitarios. Este argumento nos acercaría más a Deliverance (John Boorman, 197.), pero en lugar de eso, y como comentábamos anteriormente, la visión del otro nos acerca más al cine de terror y a La noche de los muertos vivientes. Pero Felipe Cazals va más allá y en lugar de reflejar la historia cronológicamente como la vivieron los personajes, hace un estudio ficcionado (con elementos documentales) del propio pueblo de Canoa y de las condiciones reinantes al aparecer los protagonistas. La visión del otro queda completamente transgredida, otorgándole personalidad y lo que es más inquietante, conocimiento. Cuando la historia inevitablemente se convierte en una masacre de los trabajadores, el otro al que habíamos conocido anteriormente, muta en una versión deforme de sí misma. El pueblo entero en sí se convierte en un gran personaje de terror a la altura de grandes psychokillers. La sensibilidad del espectador no se maneja como en La noche de los muertos vivientes, sino que es la confusión y el desconcierto las que toman su lugar. La historia no ofrece concesiones al espectador, no plantea ninguna huida y ninguna posibilidad. Los personajes aparecen como seres listos para el sacrificio, lo cual nos acerca a La matanza de Texas, en cuanto a la imposibilidad de evitar este sacrificio, es decir, de alejar la muerte de nuestras vidas. Es precisamente lo inevitable del final lo que aleja claramente Canoa de las películas de suspense. Por estas razones, considero que Canoa funciona más como una película de terror, sólo que alterando ciertos elementos que a priori podían parecer sagrados. Ya sabíamos que el otro puede ser el propio hombre (hay miles de ejemplos de los cuales Psicosis es la piedra angular), pero siempre este otro hombre había sido dotado de un aura especial, que lo alejaban de la humanidad y lo acercaban a la divinidad monstruosa (hasta llegar al extremo de Jason Voorhes). Pero la excelente Canoa, como hemos comentado, acercan terriblemente al otro a la humanidad, resaltándolo con la ficción de documental de ciertas partes de la película. Canoa inaugura un cierto cine de terror que se permite una licencia casi imposible en otras épocas, que es la de acercar el género al formato documental. ¿Es Cuarto Milenio una película de terror? ¿Puede el género explorar mínimamente la senda iniciada por Canoa? Tengamos en cuenta que El proyecto de la bruja de Blair (Daniel Myrick / Eduardo Sánchez, 1999) emplea un formato no documental, sino casero, pero que la representación del otro sigue los cánones básicos de cualquier película gótica de fantasmas. ¿Puede el documental ser un vehículo hacia un nuevo tipo de terror? Sólo me viene a la cabeza otro ejemplo (espero que se os ocurran más a vosotros y los podamos comentar), The black door (Kit Wong, 2001), donde el otro, una especie de hechicero de los años veinte, se nos presenta como si de un documental histórico se tratara. Es una senda por recorrer en la que sólo veo posibilidades en un mundo que empieza a dudar de la imagen y lo que representa.