martes, enero 24, 2006

 

Malevolence: Tensión enlatada


La matanza de Texas es uno de los grandes clásicos del cine de terror sin duda alguna. Su combinación de transgresión social, imaginería camp y angustia personal hicieron de la magnífica cinta de Tobe Hooper un referente imperecedero. Como resultado, este terror netamente campestre y angustioso ha generado variaciones a su alrededor, donde se explotaba en cierta medida su vena splatter y en especial el ambiente malsano que tan fácil es de reconocer. Prácticamente se ha convertido en un subgénero, el del terror camp (con asesino al fondo), con películas como Las colinas tienen ojos (Wes Craven, 1977), Monster Man (Michael Davis, 2003), American Gothic (John Hough, 1988) o Jeepers Creepers (Victor Salva, 2001). Pese a la proliferación de cintas, muy pocas han conseguido acercarse a ese lirismo visual, esa crudeza descarnada de cada plano (aumentada por el hinchado de la película original de 16 mm.), derivadas en gran parte por un rodaje tan malsano (o más) que la propia película. Lo irrepetible de un rodaje devuelto en un espejo poliforme, que devuelve una imagen irreal del modelo original. Míticas son las anécdotas del rodaje, como el accidente de Gunnar Hansen con la motosierra, el caluroso plano donde el actor que interpretaba al autostopista tuvo que pasar varias horas con la cara pegada en la carretera/plancha o incluso la propia creación del guión, donde Hooper y Kim Henkel incluían las escenas que más divertidas veían (los setenta era una época de exceso de drogas, debemos recordarlo). Todo esto conforma un modelo irrepetible y que, pese a ello, se continúa intentando. Uno de los más recientes ejemplos es Malevolence. El paisaje y los elementos que rodean la película son los de siempre, en mitad de ningún sitio, un grupo de jóvenes (atracadores en este caso) se ven atrapados por un asesino que se dedica a coleccionar cadáveres como afición. Nada nuevo bajo el sol. De nuevo el mismo golpe con la misma pared. La misma forma de pretender realizar una copia seria, sin saber manejar realmente los aspectos que diferenciarían realmente una nueva visión del subgénero. Y ese es el principal problema de estos pastiches, a diferencia de películas del calibre de Jeepers Creepers, donde saben elevar el modelo, casi regenerarlo. Hay que tener en cuenta que se trata de un formato de muy corta carrera, y que a los pocos pasos cae exhausto por su propio peso. Dar unos pasos más allá implica rearmar las bases profundas del concepto (pasarlo al plano sobrenatural e incluso mágico/mitológico, como en Jeepers Creepers) o bien burlarse del propio género extremando en cierta medida la propuesta (como la visión del asesino y de la acción narrativa de Km. 666: desvío al infierno). Pero Malevolence es un espejo que nos devuelve una mirada no ya estilizada, ni deformada, sino patéticamente igual. Se repite un modelo, una forma de rodar, que como el remake de Psicosis de Gus Van Sant pierde completamente su esencia. Porque el film contiene una esencia, no solo venida del montaje, la dirección o el guión. La película conserva una esencia del propio rodaje, algo irrepetible en el caso que nos ocupa. El ritmo es realmente farragoso, así como las interpretaciones. El nivel de angustia no viene tanto por la intensidad de las escenas, sino el propio acto de ver semejante bodrio. Lo peor que le puede pasar a una película de este estilo se cumple más allá de la mitad del metraje: que los espectadores no puedan más que reírse ante semejante cantidad de tópicos y sustos lamentables. Pero dejo lo mejor para el final: la banda sonora. Motivo de gran parte de las risas del auditorio, la banda sonora y efectos de sonido merecen un estudio aparte. La incapacidad de crear una atmósfera y lo que es peor, la ridiculización de la puesta en escena remarcan uno de los peores usos de la música de la historia del cine. Desde ya, una película de obligada visión para saber lo que NO se debe hacer para crear tensión en una pantalla de cine.

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lunes, enero 23, 2006

 

Cabeza de familia: culturadevideoclub.avi


La factoría Full Moon, con Charles Band a la cabeza, es la encargada de nutrir los videoclubs de la más variopinta variedad de basura fílmica. Este tipo de producto, en nuestra época, ha pasado a formar parte de una serie de paquetes, los cuales se venden prácticamente a peso a las plataformas de televisión digital. De esta forma, la aún activa productora, nutre horas y horas de canales del estilo de Calle 13 o Canal 18. De esta forma podemos decir que el concepto de videoclub permanece, en tanto en cuanto producción de bajo coste y rápida distribución. Y Cabeza de familia es una de tantas de esas películas producidas casi directamente para la televisión por la Full Moon. La televisión funciona como gran inversor del cine que tanto nos gusta, un cine (generalmente americano) que se aleja del romántico concepto del videoclub y se acerca al más industrial de la televisión. Este tipo de películas acercan más al género a las películas del estilo "Basado en hechos reales", tan generalizadas en televisión. El género se adapta a un nuevo formato que requiere unas nuevas formas de producción. Unas formas de producción que premian el producto perecedero, de consumo rápido e intermitente frente a la mitología clásica del videoclub. El producto película pierde su peso social, su aura de mitología que potenciaba el propio valor de la película. Frente a la película de videoclub clásico, la película de televisión pierde misticismo y se encajona en las paredes de una parrilla de programación que empalma hora y media de género con otra hora y media. El género pierde peso como tal. Y eso es lo que le está pasando a las películas de la Full Moon. Películas que cuentan con una producción televisiva en exceso y genera híbridos misteriosos como Cabeza de familia. Y pensemos que es una película especial, pues al estar dirigida por el mismísimo Charles Band (bajo el pseudónimo de Robert Talbolt), los elementos que caracterizan la producción Full Moon están completamente presentes. Debemos tener en cuenta que la filmografía de Charles Band como director es bastante reducida, en relación con la cantidad ingente de películas producidas. Una película que no puede denominarse terror, aunque el envoltorio así lo prometa. Se trataría más de una película de mafiosos deformes, como si de la excelente Los Soprano se tratara. La película como tal es decente, realmente pasable, pero claramente desubicada. El personaje que da título a la película es una especie de Tony Soprano freak, con aires de gentleman inglés, pero vicios de un irlandés borracho (escena de lametón tetil incluida). El género de terror que tantas alegrías ha dado a los aficionados de la Full Moon (con películas como Ghoulies, Subspecies o Puppet Master) da paso a una hibridación televisiva. Los videoclubs de barrio iniciaron su ocaso a mediados de los noventa. La televisión de pago ha recogido el testigo y como vemos, las productoras de serie b son conscientes de ello. Estos nuevos videoclubs televisivos han demostrado no ser una alternativa válida para la esencia de la cultura de videoclub. Productos como Cabeza de familia lo demuestran. ¿Dónde se encuentra el testigo de esa cultura, en la que el espectador (socio) era a su vez generador de mitos y fracasos? Fangoria por su parte confía en el mercado del DVD como alternativa, otros en cambio ven en Internet una especie de videoclub universal (con portales como abandomoviez o páginas de visionado de películas). También está la alternativa de la televisión a la carta. Pero la cultura de videoclub se nos escapa de las manos poco a poco. El concepto empieza a formar parte de una memoria colectiva, sepultado por la ingente cantidad de títulos entre los que se mueve cualquier aficionado actualmente. Devolver el valor mítico (casi místico) a la película es el camino. Un valor que debe sortear las sendas del marketing y recorrer las complejas grietas de la imaginación. Valorar las películas no por lo que ocupan en el disco duro, sino por factores más evocadores como la carátula, la sinopsis o incluso el propio título. Detengámonos y pensemos que la cultura de videoclub debe ser algo más que el nombre de un fichero con extensión .avi.

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domingo, enero 22, 2006

 

Howard, un nuevo héroe: zoophilic love story


Las hibridaciones postmodernas parecen no conocer límites, especialmente la serie de fetiches creados principalmente en los ochenta y los noventa. Es esta la época de la Tortugas Ninja, Cortocircuito, Alf, Gizmo y Howard, el caso que nos ocupa. La figura del ser extraño, fuera de lugar, pero que pide a gritos ser querido era un referente en las pantallas. La figura del otro se encarnaba normalmente en estos seres, distintos de nosotros, pero que o bien se acoplaban a nuestra sociedad (los bondadosos) o bien pretendían acabar con el orden social (malignos, como los Critters, los Gremlins o los Ghoulies). Entre estas dos posiciones encontramos uno de los personajes más carismáticos e inquietantes del cine de los ochenta: Howard. Howard, un nuevo héroe es la adaptación cinematográfica del cómic de la Marvel, poco visto en nuestro país. Narra las aventuras de un pato (inteligente y con la capacidad de hablar) fuera de su patuno mundo, más concretamente en la ciudad de Nueva York. Como comentaba, la figura de Howard es tremendamente inquietante, pues conjuga el infantilismo (a nivel visual y en cuanto a la película también a nivel temático) con una visión del vicio no solo adulto, sino también grotesco. Howard es un personaje que encaja con el concepto de película-merchandising, lo cual remarca el vicio latente en el plumífero personaje. Difícil será olvidar la tensión sexual presente a lo largo de los 110 minutos de la película (excesivos a todas luces, todo sea dicho) entre Howard y Beverly. Esta sexualidad patuna eleva enormemente la dualidad y sobretodo, la duda, que sobre este pato tenemos. Porque ante todo, Howard es un personaje altamente sospechoso. Fotograma tras fotograma el rostro de Howard revela matices e intenciones que van más allá de nuestra (por aquél entonces infantil) mente. Entonces me planteo: ¿quién es Howard? ¿Qué pensaban que fuera? ¿Un rebelde sin causa venido del espacio exterior? ¿Un pequeño Gizmo que toda la chavalería se compraría sin pensarlo en las tiendas? Las intenciones son difíciles de saber (Willard Huyck lo guardará secreto en su conciencia), pero las imágenes nos cuentan muchas más cosas. La escena clave en este sentido es aquella en la que Howard inicia un sospechoso acercamiento sexual hacia Beverly. Los plomos saltan completamente. ¿Qué clase de relación sexual pueden mantener un pato y un ser humano? El pato Pekín blanco (raza a la que pertenece Howard) utiliza el método de la consanguinidad, el cual consiste en aparear padres con hijos. ¿Es eso lo que quería Howard? Lo que marca en esta película no es lo que muestra, sino sus intenciones. Howard no puede consumar su amor intergaláctico, pero deseaba hacerlo. ¿Imaginamos una película protagonizada por una cabra? En ese caso, la relación sexual con el clásico pastor no sería vista tanto como una consumación de sus sentimientos, sino directamente como una violación del pastor. Es en estos casos cuando el símbolo empleado (la cabra) nos transporta a otros significados (recordemos a Blanquita). Y es en este contexto, donde la figura de Howard se muestra como un depredador sexual capaz de liarse a picotazos con el primero que se cruce. La representación y el símbolo actúan en contra de un personaje agresivo, incapaz de conectar con el espectador (incluso con el de los ochenta) y que genera un exceso de duda y sospecha. Un personaje concreto en una trama equivocada, un personaje desubicado en el tiempo, no solo interno de la película sino externo. Una visión actual de Howard sería más lícita, más postmoderna. Una visión que ofreciese la visión correcta del personaje gamberro y siniestro, no necesariamente del héroe que profetiza el título. Un personaje que pudiese transgredir realmente las convenciones y no atarse a ellas generando un conflicto inquietantemente repulsivo. A Howard se le quedó pequeña la película, y al cine demasiado grande Howard. Dudo que tenga una segunda oportunidad. Aunque, si las Tortugas Ninja la han tenido, ¿por qué no el cabrón de Howard?

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sábado, enero 21, 2006

 

Alone in the dark: la adaptación como arma


Los malos augurios, como formula la ley básica de Murphy, tienden a cumplirse. Desde la primera vez que tuve constancia de que se haría una versión cinematográfica del gran juego Alone in the dark, el temor de una mala adaptación recorrió todo mi cuerpo. Bien es cierto que otra parte de ti empieza a imaginar posibles formas de adaptar el juego, adaptaciones que desearías poder ver en una pantalla grande y que traerían un flujo de recuerdos de tantas y tantas horas de vicio. El videojuego original es una de las piezas clave para entender lo que hoy conocemos por survival horror. Un tipo de juego en que el jugador se inserta en la piel de un personaje, rodeado de peligros y con el fin de resolver un misterio (componente de aventura). Pero una de las principales innovaciones de este juego era la sensación de debilidad y amenaza que generaba. Un juego que empieza a generar conceptos alrededor de la identidad del jugador y de la involucración del mismo como mecanismo esencial a la hora de desarrollar la aventura. Se trataba de una aventura constantemente en la cuerda floja (concepto también presente en Maniac Mansión). Alrededor de este sistema, florecía una historia vinculada al universo de H. P. Lovecraft, en el que se explotaba magistralmente la historia de la casa encantada y los mitos de Cthulhu. Memorable (y muy significativo) es el comienzo del juego, donde en breves minutos, el jugador debe involucrarse completamente en la interacción del juego, puesto que varios seres (que se sobreentiende son Profundos) intentan entrar en la estancia en la que se encuentra el jugador. En caso de no conseguirlo, se verá abocado a una muerte inminente. Alone in the dark tuvo varias secuelas, donde florecía más el concepto de survival horror que el de tensión interactiva. El personaje no era ya una mediación de los miedos del jugador, sino de su tensión, primando el disparo fácil frente a la espera. Aun así, el juego mantenía un universo muy literario, donde era común la visión del monstruo deambulando frente a ti y no atacando continuamente. El universo de Alone in the dark, para los jugadores, es muy característico y reconocible, un mundo de notas que cuentan antiguos mitos, inquietantes piezas musicales y escopetas de los años veinte. Volvamos a mi mente imaginativa y esa recreación cinematográfica que intenta conjugar todos estos elementos que os he descrito. Ahora olvidadlo todo. Ya empezáis a imaginar lo que es Alone in the dark (Boll edition). Esta película es la más descarada forma de aprovecharse de una franquicia, con la ventaja para Uwe Boll de que el videojuego original tiene poco peso artístico para el panorama intelectual. Al tratar con videojuegos, Boll sabe que puede hacer lo que se le antoje, al contrario que si lo hiciese con una novela. En ese caso todos los críticos del mundo se le echarían encima como lobos sobre un cordero. Pero el problema es este: al ser un videojuego (no considerado como obra intelectual), el director puede hacer lo que se le antoje, y lo que es peor, la crítica arrastrará la nula calidad de la película al propio videojuego. Ya comenté en el artículo de Doom que estas películas son peligrosas, no solo por destrozar un mito (para algunos) o simplemente por desperdiciar metraje untándolo con rica mierda, además empañan la imagen de los videojuegos. Una imagen que está por elaborarse y que dista mucho de haber empezado. Es necesario crear (no de cero, pero casi) una nueva aproximación al videojuego, entender sus mecanismos (semánticos y sintácticos) y lo que es más importante, alejarlo lo más posible del cine. Está demostrado que esta relación falsea y desmitifica al videojuego, tanto por un lado (adaptaciones de videojuegos al cine como es el caso), como por el otro (cuando el videojuego adopta formas cinematográficas, como Metal Gear Solid 2 o Under a killing moon). El videojuego debe generar sus propios mecanismos, dentro de los cuales hay influencias, pero no mimetismos. El videojuego debe seguir su propio camino. Visto este panorama, Alone in the dark supone un insulto directo a cualquier aficionado/creyente de los videojuegos. Un título que sirve de denuncia a quienes utilizan el medio (los propietarios de la marca Alone in the dark no creo que entiendan nada de lo que estoy diciendo), como a quienes crean un cine franquicia. Un cine basado en el letrero más que en el valor propio de la película. Y aquí entra el marketing, otro de los grandes peligros del cine contemporáneo. Se prioriza el eslogan y la venta por marcas frente a conceptos artísticos. Vale que esto ha pasado siempre (Bruce Willis es una marca en el fondo), pero antes estaba más ligado a personas físicas (quienes deben cuidar de mantener su reconocimiento y por tanto la calidad de sus películas la menos de cara a sus fans) o a títulos puramente cinematográficos (en cuyo caso el cuidado por el fan era esencial). Ahora asistimos a marcas de usar y tirar, como hace el bueno de Boll. Marcas que como Alone in the dark sirven meramente para atraer a los fans, como irían las moscas a la mierda (y no os ofendáis, yo soy otra mosca). Esta película es un referente desde ya de este tipo de cine: no situarla en los años veinte o treinta, no sacar escopetas, tampoco una casa encantada, ni sacar ninguna referencia lovecraftiana o ni siquiera ningún fantasma pirata demuestran una falta absoluta de respeto por la obra (y los creadores) original. Esperemos que esta tendencia acabe pronto, que Uwe Boll se dedique a pastar ganado en los Alpes suizos y que los que realmente amamos el género podamos ponernos detrás de una cámara y adaptar fielmente clásicos como Monkey Island o Maniac Mansión. Pero ese es un largo camino, del cual, aún no se ha dado el primer paso de legitimar a los videojuegos en la esfera creativa. Esperar es lo único que nos queda. Esperar y jugar.

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viernes, enero 20, 2006

 

Premonition: el panfleto del terror


La cultura japonesa y asiática, esencialmente a través del anime y el manga, se han ido instalando poco a poco en nuestra sociedad. Esto ha ido generando una nueva generación de espectadores que a medida que crecían (y me incluyo en el saco) demandaban cada vez más productos orientales. Esto es lo que para los encargados de marketing son un mercado creciente. Este mercado creciente ha ido creando un agujero cada vez más grande, a través del cual filtrar parte de la vasta producción nipona. Lejos quedan los años en que se editaban pocos títulos de manga (Alita: ángel de combate, Crying Freeman o Akira) y muchos menos de largometrajes (el mítico lanzamiento de Akira en VHS o las primeros títulos de Manga Films). De igual manera sucedía con el anime, pese a que se contaba con una buena cantidad de series en las parrillas (Oliver y Benji, Dragon Ball o Dr. Slump). Bien a través de la subcultura o de la presión social, la presencia cultural japonesa se ha ido haciendo más palpable año tras año. El agujero del que hablaba se ha ido haciendo más y más grande, y la necesidad de rellenarlo ha motivado un interés espectacular en las producciones niponas. Con el mercado de la animación cubierto, las miras se han dirigido cada vez más al cine convencional. Y esto, a su vez, se ha extendido a todo el cine asiático en general. Corea del Sur, Hong Kong (aunque la producción de este país ya tuviera gran prestigio por las películas de artes marciales), China o Taiwán, pasan a ser objetos de deseo de todo distribuidor cinematográfico que se precie. Nadie puede quedarse atrás, pues la búsqueda de la gallina de los huevos de oro requiere constancia. Es una búsqueda que se inicia tras el éxito de The Ring (Hideo Nakata, 1998), película que combina el clasicismo de las historias góticas de fantasmas con los media modernos (TV, móviles e Internet a la cabeza). Pero eso es todo. Es un subgénero (el J-Horror) tremendamente limitado, pero que está generando una búsqueda de la pepita de oro desproporcionada. Y es esta la situación en la que nos encontramos y que ha llevado a Filmax a distribuir uno de los mayores bodrios del cine japonés: Premonition. Se trata de una película que, a todas luces, nunca debía haber sobrepasado el mercado interno japonés, si no fuera por esa ansia de revitalizar el género. Dejemos las cosas claras de una vez: el cine de terror japonés NO revitaliza el cine de terror, de la misma forma que Scream carecía absolutamente de cualquier atisbo de innovación. Los elementos de las tramas permanecen inalterados. Únicamente se sustituye el médium (nunca mejor dicho), el intermediario entre el mundo tangible y el intangible. Se pasa de un elemento gótico (las casas, los espejos o el propio individuo) por otro derivado de la sociedad hipertecnológica (móviles, Internet, aparatos de vídeo o televisiones). No estamos ante un salto cualitativo como el que supuso La noche de los muertos vivientes (el miedo a la masa) o La matanza de Texas (el miedo a la barbarie). De esta forma, se vende un producto como Premonition con un envoltorio distinto. Nos venden mesas dentro de embalajes de televisores. Pero con Premonition personalmente he llegado al tope: una película incoherente, aburrida, sin tensión y altamente innecesaria, además de una vuelta (enésima) a la historia de fantasmas donde un muerto (preferiblemente niño/a) se venga de los vivos como venganza por su trágica muerte. El formato no puede aguantar mucho más, y Premonition es la demostración palpable. Donde The Ring generaba un universo creíble, al que el espectador accedía voluntariamente, este tipo de producciones generan universos absurdos, sobrepasando la estupidez, donde el espectador es repelido como el aceite en agua. Mítica la escena del japonés que se graba en vídeo y sufre una transformación digna del mismísimo Hulk. A alguien se le escapó esto de las manos hace mucho tiempo. Ahora solo nos queda echar mucha tierra encima de Premonition y esperar que en poco tiempo olvidemos esta horrible experiencia. Hasta entonces, volveré a ver por enésima vez Al final de la escalera. Algunos deberían echarle un vistazo.


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jueves, enero 19, 2006

 

Maratón III: tocando fondo


Tras dos exitosas maratones, el concepto estaba tomando su forma definitiva. Parecía que el modelo se iba depurando y perfeccionando, gracias a los aciertos y errores de anteriores sesiones. Pero aquella desastrosa noche las cosas se torcieron. En primer lugar se trató de una maratón completamente improvisada (es difícil saber cuándo se dispondrá de semejantes huecos en nuestros horarios), incluso más que aquella primer inocente maratón. Y como suele pasar, la improvisación es el primer paso hacia el desastre. Normalmente una maratón debe tener cuatro o cinco títulos clave que sostengan al resto, mezclándolos con otros de dudoso provecho lúdico. Pues bien, para esta maratón solo contábamos con dos películas fijas (una de ellas sacada esa misma noche) y un buen puñado de relleno. En cuanto a número de títulos, volvimos a sufrir un retroceso, en gran parte debido al nulo ritmo de las películas. También es de mencionar que esta maratón fue realizada en mi casa, en la cual no dispongo de una pantalla de dimensiones decentes (como Lozzy), sino de una vulgar 20". Estas es la lista de títulos de la tercera maratón:

0. Uzumaki [cancelado] IMDb
1. Un hombre lobo americano en Londres (An american werewolf in London), 97 min. IMDb
2. Dos colgaos muy fumaos (Harold & Kumar go to White Castle), 88 min. IMDb
3. Viernes 13, parte V (Friday the 13th: a new beginning), 92 min. IMDb
4. House, 93 min. IMDb
5. The Unnamable returns: the statement of Randolph Carter, 104 min. IMDb

> Tiempo total: 474 minutos (7 horas y 54 minutos)

Nuestras dos apuestas claves fueron Un hombre lobo americano en Londres y Dos colgaos muy fumaos. Con este listado vemos dos cosas claras: quemamos demasiado pronto nuestras apuestas y hay un fallo evidente en la coherencia general de las películas. Dos subidotes vienen seguidos por un tremendo bajón, una medianía y otro bajón increíble. Pero vayamos por orden cronológico. La noche empezó con un sonado fracaso: la proyección de Uzumaki. Como sabréis, nuestras maratones se caracterizan por tener un alto porcentaje de cine poco convencional (basura dirían algunos), pero el sopor y pasotismo que provocaba la película japonesa rozaba nuestra indignación. Aguantábamos por el bien de la maratón como entidad, aún a riesgo de perjudicar nuestra ya deteriorada salud mental. Pero entonces un fallo técnico nos salvó: a la media hora pasada de película el CD dijo basta y a partir de un minuto concreto el lector se negaba a reproducir semejante mierda de película. Con un suspiro de alivio no dispusimos a ver una de las piezas clave de la noche. John Landis es uno de nuestros directores fetiche. Tanto Lozzy como yo disfrutamos enormemente con películas como Desmadre a la americana, El príncipe de Zamunda, Kentucky Fried Movie o The Blues Brothers. Películas de un humor brillante y completamente desenfadado. Landis conecta a la perfección con nuestra forma de entender el cine, y eso se nota. Son películas ágiles, de diálogos excelentes y de una dirección precisa. Hace un par de años acudimos a una charla magistral que impartió en Sitges y su simpatía, sentido del humor e inteligencia nos maravillaron. Y Un hombre lobo americano en Londres no es una excepción. Es una película sencilla, muy agradecida de ver. Como inicio de maratón era una pieza excelente. Tras esta pequeña genialidad teníamos Dos colgaos muy fumaos, avalada por el mismísimo Lozzy. En un primer momento me encontraba completamente reacio (mi desprecio por Colega, ¿dónde está mi coche? era palpable), pero la película me iba contagiando en su visionado de un humor brusco, en alta medida grosero, pero que se agradecía por el momento y por la compañía. Es una de esas películas que con la persona adecuada te partes el ojal (perdonadme), pero que con otras puede ser un maldito velatorio. Pero la prueba se superó positivamente, incluso con gags memorables como el del vídeo antidrogas. Se hacía palpable en el ambiente que la maratón estaba tocando techo por esa noche. Cualquier persona sensata lo habría dejado estar, pero por desgracia decidimos continuar con Viernes 13, parte V. Semejante bodrio venía justificado por la presencia de nuestro idolatrado Corey Feldman, pero pese a ello el nivel era tan rematadamente bajo (la serie de Viernes 13 me puede, he de reconocer que no las aguanto) que los ánimos decayeron casi por completo. En este tipo de estados, se debe intentar retomar el rumbo y House era a priori una apuesta segura. Un clásico de la comedia terrorífica que tan buenos recuerdos me había dejado desde su primer visionado. Pero el visionado demostraría lo equivocados que estábamos: el ritmo de la película era más farragoso de lo que recordaba, el humor nos pasaba desapercibido, y lo que es peor: notábamos que pasaba el tiempo. Nuestro gozo en un pozo, y bien oscuro. Todo inversor en bolsa sabe que si las acciones bajan un poco más de lo que te marcabas como un mal escenario, hay que vender aunque sea con pérdidas. El problema fue no asumir esas pérdidas y lo que es peor, hacer la jugada más arriesgada de la noche. Es entonces cuando The Unnamable II, secuela de aquella mítica película de la segunda maratón, se introducía en mi aparato de DVD. El golpe a nuestra moral fue definitivo. Un guión terrible, unas actuaciones lamentables, un ritmo torpe y una música pastosa se agitaban en nuestras mentes a través de nuestros incrédulos ojos. Eso ya era el aguantar por aguantar. La mierda por la mierda. Nuestras maltratadas mentes dijeron basta, concluyendo con tan nefasta maratón. Unas rápidas partidas a un mítico juego de Spectrum fue lo mejor de una sesión de cine que sirvió como punto de inflexión. Desde este momento las maratones debían ser previstas y analizadas con detenimiento. El concepto debía dar el salto a la profesionalidad. Como el ave Fénix la maratón debía resurgir de sus propias cenizas. La "24 Hour Friki People" estaba a punto de nacer.

miércoles, enero 18, 2006

 

La revancha de los novatos 2: nerds y bikinis


El cine ha demostrado en innumerables ocasiones su capacidad de generar modelos de conducta. Modelos que, como James Dean, eran asumidos por cientos de adolescentes que se identificaban plenamente con sus creencias y actitudes hacia la vida. Es un medio en que lo representado ejerce una presión invisible en el observador. A base de un pequeño goteo, ciertas actitudes, formas de conducta o formas de ver la vida, se van asumiendo como propios de la cultura cuando nos son completamente (a veces no tanto) ajenos. Un subgénero que ha ejercido una especial presión en el imaginario social colectivo es de las películas de universitarios. Herederas de una cosmovisión del individuo bastante distinta a la nuestra, estas películas siempre han tenido un fuerte peso en la sociedad americana. Al fin y al cabo la concepción de la vida universitaria está más ligada a la concepción de maduración del individuo (de ahí el usual alejamiento de los padres) frente a la visión de cuna de la intelectualidad más europea y francesa. La universidad es un paso necesario, un paso que (como el servicio militar hace bastantes años en España) une a distintas generaciones. Son conceptos muy arraigados a una sociedad y que, por arte y gracia del cine, hemos asumido como normales. Conceptos como fraternidad o nerds están perfectamente asumidos en nuestra cotidianidad. Cientos son las películas que giran alrededor de estos temas, desde la más cercana American Pie (Paul Weitz, 1999), Desmadre a la americana (John Landis, 1978), hasta la mítica Porky’s (Bob Clark, 1982); la vida universitaria americana (por no hablar de la vida en los institutos) ha ido generando un subgénero propio. Estas películas contienen elementos que tienden generalmente a la monotonía y le repetición de clichés continuamente. El rector cabrón, los empollones, las fiestas de las hermandades y sobre todo, universitarios cachondos. Cientos de títulos se han rodado sin eliminar ninguno de estos elementos y manteniendo un género perpetuo. Con La revancha de los novatos se reafirmaba el estándar, aunque dándole la vuelta y viéndolo desde el punto de vista de los empollones (nerds). La clásica trama de David contra Goliat. Como veis, la innovación es mínima, pues crearán su propia fraternidad, competirán con otras hermandades, se verán obstaculizados por el rector cabrón y estarán rodeados de rubias pechugonas. Lo de siempre. Pero a pesar de eso tienen algo que fascina y las convertía en un éxito seguro en tu videoclub. Y como todo lo que triunfa en el videoclub es como los salchichones, que siempre vienen en ristra, no podía ser menos con La revancha de los novatos. Tres años después de la exitosa primera parte apareció La revancha de los novatos 2: nerds in paradise. En este caso no contaban con Anthony Edwards (ER Urgencias), pero sí con el incombustible Robert "nosoyRickMoranis" Carradine (quien se mantuvo fiel a la serie hasta Revenge of the nerds IV: nerds in love). Esta secuela va más allá del concepto de películas de universitarios y lo lleva a una nueva frontera: fusionarla con las películas de jóvenes cachondos de vacaciones donde hay titis en bikini por todas partes (como Bikini Summer, 1991). Pero el resultado no puede ser más desastroso. La película está coja constantemente, carente de recursos con los que cuenta el género para crear comedia. Es un intento continuo y agonizante de alargar, "evolucionar" un género con las miras tan cortas. Los personajes, de tanto valor y humor en el campus, se diluyen como un azucarillo entre tanto bikini y dominga suelta. Y si encima son unos nerds en bañador, la cuestión se va de madre. Dicen que en la experimentación y en la hibridación de géneros está la clave del cine postmoderno. Otros en cambio dicen que el cine postmoderno apesta. En cambio, hay cuestiones cinematográficas que no cambiarán de postura. Mientras haya universidades y hermandades seguirá habiendo películas como La revancha de los novatos (como ejemplo el reciente remake de Porky’s). Al fin y al cabo, todos llevamos un pequeño nerd dentro de nuestro corazón.

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martes, enero 17, 2006

 

Basket Case 3: Henenlotter y la saga de autor


Como hemos comentado en anteriores artículos, el mercado del vídeo tuvo su época dorada entre las décadas de los ochenta y de los noventa. Fruto de esa época surgieron una larga serie de productos completamente ajenos al mercado mainstream. Eran productos marcadamente de serie b, donde el boca a boca ejercía una función primordial como clave de su éxito. De la misma manera, las revistas dedicadas al género como Fantastic Magazine o Fangoria servían como plataforma de lanzamiento de estas producciones baratas. Era una época inversa a la que vivimos en estos momentos, la aparición de formatos domésticos de grabación reducía cada vez más los costes de producción de las películas, pero estos no estaban ligados a una de las grandes losas del cine moderno: el marketing. Era la época del garaje, de los productos realizados realmente con cuatro perras y que podían triunfar mundialmente. Es la época de las míticas desarrolladoras de videojuegos españolas como Opera o Zigurat, o dentro de nuestro tema, de productoras como la Empire (leer el artículo de Ghoulies). Era una época en que la imaginación era premiada como sugerencia a la imaginación y no tanto como plato precocinado (un tipo de producto que genera el marketing actual). Una de las sagas más exitosas fue Basket Case. Esta serie de películas narraban la historia de Duane y de su hermano deforme y con tendencias asesinas, Belial. El éxito de Basket Case permitió a su infravalorado director Frank Henenlotter (Dios quiera que podamos verle de nuevo tras las cámaras), producir su siguiente película, Brain Damage. Pero el mercado del vídeo sigue sendas muy distintas que el resto. Era un mercado glorioso en cuanto a sus oportunidades, pero cruel hacia sus componentes. No tardaría mucho en llegar la innecesaria secuela de Basket Case de nuevo de manos de Frank Henenlotter. El crear un éxito de estas características le había permitido crear nuevas películas (Brain Damage y Frankenhooker), pero también se convirtió en la droga que Aylmer suministraba a Brian en Brain Damage (de nuevo Brian the Brain, donde hay un guiño en Skinned Deep). Los productores atraían a Henenlotter hacia Basket Case a cambio de dinero, había creado la película que le acabaría destruyendo. En Basket Case 3, henenlotter continúa con las andanzas de Duane y Belial, con actos sexuales del endemoniado ser con una mujer de iguales características (que más bien parece el testículo de un elefante con ladillas), multitud de seres deformes y un frikismo ambiental digno de un análisis psicológico. Es precisamente Basket Case 3 la culminación de una huida hacia delante. De un acto de destrucción nuevo, como si de un drogadicto se tratara Henenlotter se creó una dependencia alrededor de esta saga. Una nueva forma de destrucción de los directores medianamente decentes surgidos de la generación del vídeo. Una saga de autor. Y como no podía ser de otra manera, estas sagas de autor (por supuesto, no cuento Star Wars dentro del lote) son la herencia más dramática de los ochenta y los noventa. Bien es conocido el concepto de saga como algo surgido mucho antes (desde la serie de Fantomas en el cine mudo), pero cuya consagración se dio con el mercado del vídeo (Viernes 13, Leprechaun o Pesadilla en Elm Street). Pero es la primera vez que hablamos de un autor tras esas películas. Ni Viernes 13 con Michael Cunningham, o Halloween con John Carpenter siguen el patrón. Sería por ejemplo el Don Coscarelli de Phantasma o el William Lustig de Maniac Cop. Directores cuyo nombre no pudieron despegar del mercado del vídeo, pero que generaron este concepto destructivo-lucrativo pero terriblemente ligado a la cultura del videoclub. Desde este artículo me gustaría lanzar el concepto de saga de autor, con Henenlotter como figura clave, y reivindicar su figura como director injustamente defenestrado. Creo que me dejo algo en el tintero. ¡Es verdad! El artículo en teoría giraba alrededor de Basket Case 3. Esto lo resuelvo rápidamente: es un buen pedazo de mierda. Hoy me he quedado a gusto.

Enlaces: IMDb

lunes, enero 16, 2006

 

Dead meat: charcutería vacuna


Uno de los momentos más rematadamente friáis del pasado Festival de cine de Sitges se produjo durante la maratón zombie en el Retiro. De antemano estaba claro que aquella cita prometía unas buenas horas de cine casposo y de buena diversión, pero una de las películas proyectadas superó ampliamente todo lo esperado. Estoy hablando de Dead meat. Desde hace bastantes años, el subgénero del gore ha dado pie a un tipo de producto completamente amateur, donde los jóvenes cineastas demostraban todos sus trucos visuales. Dentro de este tipo de producto podemos hablar de The dead next door (J. R. Bookwalter, 1988), Premutos (Olaf Itenbach, 1997) o incluso la consagrada Bad Taste (Peter Jackson, 1987). Son películas que aproximan el gore al porno. De hecho, no existe prácticamente ninguna diferencia, salvo que pocos (enfermos ellos) son los que se masturban con este tipo de gore. Paralelamente al porno, basan sus tramas a varios puntos fuertes diseminados a lo largo del metraje, es decir, los momentos más delirantemente sangrientos vendrían a equivaler a las eyaculaciones del porno. La película se mide por el nivel de carne mostrada variando progresivamente en cuanto al grado de explicitación. Estas son las escenas clave, las que provocan la reacción que el espectador busca al acudir a este tipo de cinta. Una vez con estos puntos calientes (nunca mejor dicho) repartidos por el metraje, solo falta unirlos de alguna manera. Este es el momento en que entra el guión, mera excusa para mostrar los momentos más impactantes. Volvemos ahora a Sitges y a esa sala a oscuras donde se está proyectando Dead meat. Tras los primeros minutos parece evidente que estamos ante una película charcutera, donde el filete te lo venden fresco y a buen precio. Es el momento de la elección: o bien continuar con el cerebro en on (sé que soy un idealista, permitidme esta licencia) o bien dejarlo en "stand by" y entrar en el juego que te plantea la película. Situados en el primer caso no hay posibilidad de análisis de la película, simplemente hay que cerrar los ojos e intentar morirse lo más pronto posible. En el segundo caso… ¡sorpresa! Dead meat contiene varios de los momentos más delirantes que he visto últimamente en el cine (y no cuento Skinned deep, pues digo en el cine, pantalla grande): la vaca-zombie destrozando la ventanilla del coche, el señor granjero (con un parecido inquietante a Luixy Toledo) y sus comentarios jocosos hacia la regordeta niña, la propia niña y su plan de huida a través de la cerca de una granja… Son momentos de un amateurismo total, impredecible y nauseabundo a la vez. Esto confiere a la cinta una gran barrera psicológica que uno debe superar (bien a través de alcohol o de las drogas) para poder llegar a ese estado de pausa mental que comentamos anteriormente. Como en el porno, en estas películas el cerebro se debe dejar de lado y asumirlas a través de algún otro órgano. Obviamente en una película porno será el órgano sexual el encargado de asumir todo el material visionado (como si el pene dialogase con tu cerebro en plan: "tú descansa, que yo me encargo del trabajo sucio, y nunca mejor dicho"). En el caso de Dead meat el cerebro se sustituye por la boca (que todo sea dicho, llamarlo órgano es un buen detalle por mi parte) con la que poder ejercer tres funciones sencillas: 1, vomitar la cena de la noche (aún hay gente que no aguanta cierto grado de gore, las cosas como son); 2, reírse a carcajadas; o 3, cagarse en la puta madre del director o de la persona que te recomendó la puta película. En mi caso opté por la 2, pero espero que por decir esto no os veáis obligados a escoger la tercera opción hacia mi persona. Me iré poniendo unos tapones por si acaso.

>Dead meat está editada en DVD en España como Carne muerta.

Enlaces: IMDb - DVD en la red

domingo, enero 15, 2006

 

Tembleque y Platos


Tras el artículo de ayer, se me hacía inevitable realizar una breve mención a dos de los personajes más carismáticos (y bizarros) de Skinned Deep. La primera visión de la película de Gabe Bartalos provoca una inmediata curiosidad, es un universo repleto de freaks extremos que deambulan conscientes de su propia singularidad. El momento culminante proviene del enfrentamiento entre Platos y Tembleque. Pero primero introduzcamos a estos singulares personajes. Platos forma parte de una extraña familia que se dedica a matar a los pobres desgraciados que van a parar al bar regentado por la madre (una sonriente e inquietante ama de casa). Platos es un enano, cuya única función en la criminal familia es precisamente la de lanzar platos a diestro y siniestro a las pobres víctimas que se crucen en su camino. Por otro lado tenemos a Tembleque, miembro de una banda de moteros ancianos llamada The Ancient Ones (interesante guiño a los mitos de Cthulhu y los Old Ones). Tembleque (Shakes en inglés) padece de parkinson y su aspecto es frágil y gracioso. Estos dos personajes representan a la perfección la locura que supone esta película. Bartalos contó para el papel de Platos con la excelente colaboración de Warwick Davis (ampliamente conocido por papeles en Willow, El retorno del Jedi o la saga de Harry Potter). Ambos coincidieron en la serie de Leprechaun, en la que Warwick Davis interpretaba a tan simpático monstruo. Platos y Tembleque, Tembleque y Platos, dos personajes condenados a matarse y entenderse. Dos personajes que encabezan un bizarrismo pocas veces visto, junto a otro de los grandes hallazgos de la película: Brian. De inmediato recuerdo al cómic de Miguel Ángel Martín, Brian the brain, este simpático personaje, de enorme cabeza y fácil desnudo, no hace más que redondear una constelación de personajes únicos e inolvidables.

sábado, enero 14, 2006

 

Skinned Deep: el nuevo underground americano


El underground americano (cuyo epicentro fue Nueva York), fue un movimiento esencial, no solo para el mundo del cine, sino para el de la cultura americana. Generador de tendencias como el pop, el underground ha permanecido presente, en mayor o menor medida, en los productos culturales de EEUU. Y Skinned deep una simbiosis actualizada de ese underground, pasado por el filtro del cine de terror. La fórmula no es nueva, y es algo lógico si vemos la filmografía del neófito director de la película, Gabriel Bartalos. Especialista consumado en maquillaje y efectos especiales, la carrera de Bartalos ha estado claramente dirigida al género de terror, sin salir nunca de la serie b. Partícipe en sagas como la de Leprechaun, Cremaster o Viernes 13, su colaboración más destacada sería con el magnífico (y defenestrado) Frank Henenlotter. Henenlotter venía de un gran éxito en el mercado del vídeo, Basket Case, película que suponía un retorno a ese underground neoyorquino del que hablábamos al principio. Un cine de terror urbano, directo, sin concesiones al espectador y, sobre todo, rematadamente freak. Un cine que ponía la cámara en la calle, pero no para contar historias de asesinos (como podían ser Maniac o Henry: retrato de un asesino), sino para contar historias clásicas de terror: el gemelo malo (la saga de Basket Case), el monstruo que consume al individuo (Brain damage) o incluso un remake de Frankenstein (Frankenhooker). Y este es el cine en que Bartalos comienza a trabajar y que tanto influirá en su cine y, posteriormente, en Skinned deep. Sus primeros trabajos en maquillaje y efectos especiales son precisamente Brain damage, Basket case 2 y Frankenhooker, trabajos con una destacada imaginación en los efectos. Personalmente es una época gloriosa y que, como hemos comentado en anteriores artículos, encadena temporalmente con la época dorada del videoclub y del VHS. Es, además, el creador del personaje de Aylmer (en Brain damage) quien os habla en estos momentos. Pasados 16 de esta primera colaboración con Henenlotter (como hemos comentado, con muchos productos de serie b de por medio), le llega a Bartalos su primera oportunidad de dirigir. La trama de Skinned deep parte de un estilo muy similar a La matanza de Texas, pero completamente influenciado por las raíces underground de Bartalos. Donde en la película de Hooper hay personajes extravagantes, aquí lo sustituye por deformaciones físicas de deformaciones mentales. El exceso no viene del lado truculento de la vida, sino del propio frikismo de los personajes. ¿Imagináis un cruce entre La matanza de Texas y Freaks? Pues ya tenéis Skinned deep. La realización de la película es totalmente amateur (probablemente la producción de Fangoria tenga mucho que ver con ello), sumergiendo al espectador en una nebulosa, donde no distinguimos sueño de realidad. Nos acerca a un universo mágico, un universo que temáticamente se acerca a una visión extrema de Alicia en el país de las maravillas. Un universo donde hay gente con el cerebro gigante, ancianos esqueléticos que arrancan la cabeza a un enano lanzaplatos o una anciana que mira sarcásticamente a la cámara. Un universo que, en la práctica, es una extensión de las pequeñas maravillas que Henelotter creó a finales de los ochenta. Incluso podríamos verla (sin ningún esfuerzo), como Basket Case 4, una saga que contó con una gran cantidad de VHSeguidores quienes, irónicamente, también acabaron con ella. Skinned deep es más que una película. Es una promesa para muchos de nosotros. Una promesa que va vinculada con el trabajo de Gabriel Bartalos como director y de Fangoria como productora. Un retorno a las raíces, donde el género no se estanca, donde las fórmulas no se repiten y la investigación dignifica el género. Skinned deep no es una película fácil de ver y ahí radica su interés. Bartalos nos muestra el camino, ilumina un oscuro sendero que el género debe andar para no perderse en el abismo de la monotonía. Más allá del terror asiático hay una luz y si miramos fijamente, veremos la figura de una gran hombre con una gran dentadura de hierro.

Enlaces: IMDbSkinned Deep (página oficial)Gabriel Bartalos (filmografía)


viernes, enero 13, 2006

 

Maratón II: squeal like a pig!


Tras el gran éxito obtenido por la primera maratón, la llegada de una segunda parte era cuestión de tiempo. El concepto de maratón ya iba tomando forma, se iba depurando y empezaba a apuntar maneras. Aun así, la improvisación volvió a ser una de las claves esenciales que volvieron a definir este nuevo enfrentamiento a la exposición fílmica continuada. Las semanas anteriores, las conversaciones que mantengo con Lozzy van definiendo el rumbo de esta maratón, no tanto a nivel de contenido, sino más a nivel de horarios. Efectivamente debíamos alcanzar todavía una metodología que maximizase tal despilfarro de neuronas. La primera maratón tuvo dos errores de bulto: la hora de inicio y la programación de ciertas películas. En cuanto a la hora de inicio era obvio que el reto no podía empezar a las 11 de la noche, justo cuando más costaba aguantar el sueño. Adelantar el inicio de la maratón permitiría, manteniendo la hora de finalización, incorporar por lo menos dos películas más, pasando a siete el número de películas vistas. Cifra nada desdeñable por otro lado. En cuanto a la programación de la maratón tan solo teníamos clara la emisión de Capitán América y la trilogía de Regreso al futuro (cuyo pack había comprado hacía poco en la FNAC al módico precio de 10€, vamos, un chollo).

1. Capitán América (Captain America), 97 min. IMDb
2. Regreso al futuro (Back to the future), 111 min. IMDb
3. Regreso al futuro II (Back to the future, part II), 108 min. IMDb
4. Regreso al futuro III (Back to the future, part III), 118 min. IMDb
5. Defensa (Deliverance), 109 min. IMDb
6. The Unnamable, 87 min. IMDb
7. Killer klowns from outer space, 88 min. IMDb

> Tiempo total: 718 minutos (11 horas y 58 minutos)

Con este material en mi cartera, y posibles títulos extras, me dirigí de nuevo al piso de Lozz. Al llegar comprobé que todo iba viento en popa: la cantidad de patatas fritas era la adecuada (con su correspondiente dosis de aceitazo jodepantalones) y litros de Coca Cola llenaban la nevera de Lozz y compañía (mi también buen amigo Jorjales). La noche prometía repetir, o incluso superar, aquella primera y mítica maratón. Una vez acoplados en el infame sofá de Lozz empieza la primera película. Capitán América. Esta casposísima versión del gran superhéroe americano hizo las delicias de todos nosotros. La infamia de sus diálogos, la puesta en escena pueblerina y en especial las delirantes estrategias del supuesto héroe de escudo patriótico levantaron los ánimos de todos nosotros. Era el momento ideal para el gran plato fuerte de la noche (y por qué no decirlo, también de nuestras vidas): el visionado en sesión continua de la trilogía de Regreso al futuro. Y la verdad que la experiencia se convirtió en una pesada losa, a pesar del ritmo ágil y vivaracho de las películas de Zemeckis. Hay que tener en cuenta que la serie es muy buena, que las dos primeras son sencillamente geniales, pero el increíble bajón de la tercera, junto a sus largas duraciones (a dos horas cada una es un total de… ¡seis horas de viajes en el tiempo!), dejaron un sabor agridulce en nosotros. Nos costaba mantener la línea temporal de nuestra propia vida tras semejante demostración de desorden cronológico que superaba a la mismísima 21 gramos. El reto estaba logrado, pero necesitábamos más material y la lista no era excesivamente larga. Era el momento de arriesgar y probar con Deliverance. Yo había oído hablar de esta película como un enfrentamiento con el profundo sur, un mundo de de rednecks, banjos, miradas asesinas y escupitajos en el suelo. Toda una delicia para Lozz y para mí. Pues bien, Deliverance no sólo se convirtió en la estrella de la segunda maratón, sino también en película de culto para los dos. El excelente guión de James Dickey , la gran densidad de temas que trata y la brillantez de la dirección nos dejaron cautivados. La película en sí merece un comentario mucho más dilatado. Escenas como la de la violación (“squeal like a pig”, “gimme a ride”) o el ascenso por los riscos del río, se convierten inmediatamente en escenas de estudio y análisis. Tras esta maravilla, e igualado el récord de cinco películas, el cuerpo nos pedía más guerra. Deliverance nos había dado un subidón importante. Y lo aprovechamos para ver una de las clásicas cintas de videoclub que me había marcado de pequeño: The unnamable Mi pasión por H. P. Lovecraft me había llevado a alquilar bodrios de este nivel que, sin saber porqué, habían permanecido con una imagen positiva en mi cabeza. Introdujimos el deseado DVD (original, comprado en la tienda Freaks de Barcelona) y aquellas imágenes tan aplastantemente ochenteras (aunque cansinamente azuladas) endulzaron el sabor de la película. En The unnamable también destacó el making of incluido en el DVD, donde salían listas de las películas más alquiladas en 1987 (la nostalgia invadió ese apatatado salón) y lo que es mejor, reveló uno de los grandes hits musicales de los 80: Up there de Mark Ryder y Phil Davies (“up there, i can feel up there / holier than night / up there, it can see your FACE / watching you, watching you, watching you / up there / it’s sad and lonely / up there / i don’t wanna see inside”), exaltación del Casiotone como generador de hermosas y tiernas canciones. Llegados a este punto la maratón es un éxito clamoroso. Superarlo es solo cuestión de presionar el play, pues Killer klowns from outer space es un éxito garantizado y nos queda más que gozar de esta maravillosa y delirante película de los Chiodo Brothers. Su humor ochenteno y desenfadado sirve como colofón genial para una de las mejores maratones celebradas en casa de Lozz. De nuevo, contento por los resultados obtenidos, recojo mis cosas y salgo de esa saturada casa. El sol golpea mi adormecida cara, aún me queda un largo trayecto en metro, pero el éxito de esa noche quedará toda la vida grabada en nuestros corazones de freak. La maratón se volvió algo serio.

jueves, enero 12, 2006

 

La noche de los muertos vivientes, versión 30 aniversario: porque yo lo valgo


Los aniversarios de acontecimientos destacables son situaciones claramente propensas a la recuperación social de ciertos mitos. Es como si todos nos pusiéramos de acuerdo en redescubrir personas, acontecimientos u obras que son respetadas, pero no siempre recordadas. Estas celebraciones suelen seguir unos patrones numéricos basados esencialmente en la centena. 10, 25, 50 o el propio 100 son los más comúnmente empleados. Recientemente acabamos de vivir el cuarto centenario del Quijote y concretamente este año se celebra el 125 aniversario del nacimiento de Picasso (que menudo viejo verde sería ahora, por cierto). Pero cuando lo que se está celebrando es un 30 aniversario hay algo que no encaja. ¿No queda demasiado cerca la celebración del 25º aniversario? Que aunque la cifra sea igualmente absurda, es más motivo de celebración. ¿Quién hay detrás de una celebración del 30 aniversario de una película como La noche de los muertos vivientes? De forma clara aparece ante nosotros la figura del infame John A. Russo. Este personaje fue uno de los principales responsables del rodaje de la versión original y, como podemos ver, se ha convertido posteriormente en uno de sus principales destructores. La pasión de este hombre por la obra (pasión, con p de pasta) le llevó en un primer momento a producir el decente (aunque excesivo) remake que Tom Savini llegó a dirigir: George A. Romero’s Night of the living dead. El hombre ya apuntaba una ligera sequedad de ideas, pero lo que es peor, una pérdida de respeto hacia la obra original. El remake en sí, aunque innecesario, no deja de ser un producto bastante llevable y decente, lo que parece que animó bastante al susodicho Russo. La inquietud de Russo hacia la película seguía creciendo, y es entonces cuando llega 1998. Russo (al que no se le dan mal los números) empieza a contar: 1, 2, 3… 14.. 15… ¡30! "Pero si hace 30 años que hicimos la peliculaza esa, hay que hacer algo". La idea de este hombre es reestrenar la película, pero añadiendo escenas, que eso siempre queda bien. El buen hombre recupera su bloc de notas y se pone a ver la peli, pensando todas las escenas que puede mejorar. Donde la original es dura, simple y directa; la versión que Russo maquina (y que con dos cojones conseguiría rodar) es chabacana, cutre y obvia. Ni siquiera hay un tratamiento de la imagen que camufle el material antiguo del rodado recientemente. De hecho, el actor que hace del primer zombi (escena clave del género) lo interpreta el mismo actor… ¡30 años más viejo! Ser zombi no fue nunca tan bueno para mi cutis. El gran referente del cine de terror masacrado desde el primer plano (y nunca se puedo decir mejor esa frase). Romero tiene poco que decir, pues en EEUU las películas son propiedad de los productores, y en ese momento la película no es de su propiedad. Es por este motivo que Russo tiene vía libre para hacer la película suya. En los créditos George A. Romero desaparece de la dirección (suertudo él), para asumir John Russo la autoría de semejante aberración (probablemente la duración de lasnuevas escenas sea la justa que permita tal modificación). En eso debemos valorar al buenazo de Russo, su valor (o su locura) no conoce límites. Por suerte para la humanidad, esta versión tuvo la misma repercusión que un mosquito chocando contra un parabrisas. La humanidad se libró de semejante infamia que, coñas aparte, debería ser material de obligado estudio en cualquier escuela de cine. De cómo el cine no es crear, sino esencialmente recortar lo creado. Una película que nos sirve para estar alerta y defender los grandes clásicos de nuestro género predilecto. Como comenté en el artículo sobre Uwe Boll, este género está siempre al límite del ¿ves como el cine de terror es mierda? Y tan solo películas como La noche de los muertos vivientes (y no muchas más) le otorgan dignidad. Esta versión es un escupitajo en nuestras caras, un puñetazo en la cara del Cine. Amamos el cine malo, pero este chiste no nos ha hecho ninguna gracia.

Enlaces: Crítica (en inglés)

miércoles, enero 11, 2006

 

Superman IV: la victoria de Lex Luthor



Dicen algunos entendidos que el cine es la representación de la no vida, de una falsa representación de los vivos (como retrata brilantemente Billy Wilder en El crepúsculo de los dioses). Esta es una visión del cine como de un espejo de la realidad, de una deformación de ese espejo en que los muertos cobran vida y se convierten en espectros que cruzan la pantalla sin ser conscientes de su propia condición de no-vivos. Esta es la sensación primordial que deja el visionado de la lamentable cuarta parte de una saga tan brillante como fue el Superman de los años ochenta. La presencia de Christopher Reeve actúa como maestro de ceremonias de una coreografía de zombis y fantasmas de actores que, aunque no hayan muerto en su mayoría (como serían los casos más críticos de Poltergeist o ‘Manos’ The hands of fate), funcionan como sepultureros de un mito y de un actor. La película se convierte así en un cortejo funerario, donde la muerte está presente en cada uno de los fotogramas. El decadentismo de la serie alcanza cotas inimaginables. De entrada, la producción deja de estar en manos de Pierre Spengler (quien estuvo implicado en las tres primeras películas de la serie), y pasó a entrar en ella Yoram Globus. Este personaje entre otras 180 producciones cuenta con películas de la talla de Masters del universo (1987), American Ninja 2: the confrontation (1987), La masacre de Texas 2 (1986) o The Delta Force (1986). Y ese nivel en la producción se traslada inevitablemente al resultado artístico de la película (mítica la escena en el metro, tan descaradamente inglés que resulta ofensivo a la vista, así como los deleznables efectos especiales de rayos). De acuerdo que los elementos de la saga de Superman siguen presentes: Lois Lane sigue siendo interpretada por Margot Kidder, e incluso cuenta de nuevo con la presencia del siempre genial Gene Hackman haciendo del cínico Lex Luthor. Pero en esta ocasión los personajes son meras fachadas, sin ningún espíritu ni ninguna intención de tenerlo. La trama sigue todos los clichés propios de la serie, demasiado. No tiene ningún elemento personal ni sorprendente. Es un material salido de despachos. Y eso supone un golpe mortal a cualquier tipo de interés que pueda producir. Superman aparece como un ser en estado bajo, como una marioneta de sí mismo. El mito es masacrado prácticamente plano por plano (gracias a unos efectos visuales realmente casposos) y ese estado de ánimo es el que preside la película. Una película innecesaria, pringante, y que gracias al cielo el 99% de la población mundial ha conseguido olvidar. Y eso que la versión que tenemos a mano es la corta, la de 90 minutos, y no la de 134 minutos del montaje original. ¡Ni Coppola en sus mejores momentos habría hecho semejante montaje! Superman se convierte en un ser (excesivamente) terrenal, víctima de los peores rivales a los que se ha enfrentado nunca: los productores de cine sin escrúpulos (que, todo sea dicho, no son tantos como se piensa). El mito es derrotado por el mismo dinero que él ha creado y Christopher Reeve se vería encadenado, no solo a una silla de ruedas, sino también a esta derrota. Por suerte para todos, su imagen y su recuerdo fue de luchador. Donde Superman salió derrotado, Reeve salió victorioso para todos nosotros. Porque al fin y al cabo, Lex Luthor acabó con Superman tras el rodaje de esta película. Se salió con la suya. Después de todo habría sido mejor productor que dominante del mundo.

Enlaces: IMDb - Yoram Globus

martes, enero 10, 2006

 

Ghoulies: de muñecos y babas


En primer lugar quisiera comentaros que para variar estoy teniendo problemas con mi conexión ADSL y me fue imposible actualizar ayer. Espero que esta semana no tenga más problemas de este tipo y os pueda colgar mis artículos puntualmente. ¡Gracias a todos los que os acercáis a este blog!

Hable con quien hable, todo el mundo tiene algún recuerdo de estas pequeñas y babosas criaturas, surgidas de la maravillosa factoría Full Moon (o mejor dicho, del genial Charles Band). En el género de terror, como bien es sabido, un gran éxito conlleva una larga lista de engendros similares que progresivamente van siendo más delirantes y lamentables. Gremlins (1984) supuso un gran éxito de taquilla allá por los ochenta (benditos sean). La inquietante película de Joe Dante (todos recordamos la muerte de ese pobre fanático de los productos americanos, un fantástico Dick Miller) generó una corriente favorable a este tipo de películas de pequeños-monstruitos-verdes-con-afilados-dientes-y-mala-leche. Desde ese momento surgen una larga serie de películas, como la afamada serie de Critters (1986), Hobgoblins (1987), Munchies (1987) o La puerta (1987). Es en este panorama donde aparece el mayor amante de los muñecos en el cine: Charles Band. Las producciones de Band hasta ese momento habían sido clásicas películas de serie b, muy al estilo de Roger Corman. Fue precisamente con Ghoulies (1985), donde Full Moon empieza a tomar un camino propio (pequeños muñecos, babosos o no, que asesinan) que llega hasta el día de hoy (Doll graveyard, 2005). Fue además un importante éxito dentro del emergente mercado del vídeo (ver artículo dedicado a abandomoviez) que permitió a Charles Band (apoyado también por la productora de su padre, Empire Productions) consolidarse en el mercado del vídeo. Por tanto estamos ante una película especial, una película basada únicamente en la copia, pero que desprende un aroma (hedor para algunos) especial. Ghoulies es una película que indudablemente va asociada a una época y a una forma de vida. Cabe destacar además el elenco "ilustre" que nutre el equipo de la película: Jefery Levy (director de varios episodios de CSI, Dark Angel o La zona muerta), Ted Nicolau (director clave de la Full Moon, con películas como la saga de Subspecies) o John Carl Buechler (estupendo especialista en efectos especiales y director de Viernes 13 parte VII, Troll y Ghoulies III). La película en sí está muchos puntos por debajo de su fama (o de su recuerdo). No produce miedo (nadie lo esperaba), casi no hace reír (salvo la ochentera fiesta del principio y el mítico gag del ghoulie saliendo de un retrete) y muchas veces provoca bostezos intensos. Eso es lo de menos, el mito, el icono que supone la película está por encima. Los ghoulies se convierten en una representación de lo obsceno, lo insano y lo detestable. En algún sentido identifican a una nueva generación de consumidores de cine, consumidores enganchados a su mando del vídeo, a su tarjeta de socio del videoclub y al sofá de su casa. Los ghoulies no son muy distintos a nosotros, son freaks que salen de una taza de váter, que conocen a la perfección el sabor de la mierda, pero que no por ello pierden la sonrisa. Reivindiquemos la palabra ghoulie como sustituto icónico del friki, un término mucho más genérico. Al fin y al cabo, aunque el bueno de Band no lo tuviera en cuenta (¿o sí?), ghoulies o goolies en el inglés del Reino Unido quiere decir testículos. Y para ver esta película hay que tenerlos. Y muy bien puestos.

Enlaces: IMDbFull Moon Pictures

domingo, enero 08, 2006

 

Abandomoviez: cultura de videoclub


Con el paso de los años abandomoviez se ha convertido sin lugar a dudas en un referente para el fan del cine de terror en castellano. A base de constancia y buenas maneras han conseguido reunir los mejores rips de las míticas películas de terror que poblaban los videoclubs allá por los ochenta. Gracias a ellos, la cultura del videoclub se mantiene viva. Esta cultura no implica un simple interés por el cine de terror como objeto de admiración, sino de la película como fuente de regocijo. Una cultura que empezaba a valorar por primera vez factores completamente ajenos al film. De acuerdo, había grandes directores en aquella época (por no mencionar a los grandes, como John Carpenter, Dario Argento...), pero, ¿alguien recuerda quién dirigió El terror llama a su puerta? ¿O Ghoulies? (Y no acepto a los tres o cuatro frikis que han respondido enseguida) Todo eso es puro material accesorio, lo que atraía era la carátula. Un hecho similar sucedió con los videojuegos de aquella época, pues todos recordaremos (los tres o cuatro frikis de antes por supuesto) aquellas míticas carátulas de los juegos de Amstrad del mítico Azpiri (y también del Game over, of course). Nos acercábamos a las películas por otros caminos. Nos dejábamos seducir por su mística, aun sabiendo que la basura rellenaba cada minuto de su maldito metraje. ¿Qué se perdió por el camino? La respuesta es obvia: la inocencia. El espectador de los ochenta, se enfrentaba al videoclub como un niño se enfrenta a una fábrica de dulces, todo le parece igual de jugoso. Habrá cosas más gustosas, a algunos les gustará el regaliz y a otros menos, a otros las nubes, las gominolas, el chocolate... pero todo parecía material de primera. Actualmente el cliente de un videoclub se enfrente a él como si de un restaurante se tratara: sabe que hay un plato excelente por algún sitio y no aceptará nada más que ese plato. Puede que le cueles alguna, pero busca básicamente la exquisitez. Volvamos ahora a nuestra querida abandomoviez. Ellos han conseguido algo importante, el aroma de un auténtico videoclub de mi niñez. Cuando entro en su página, de algún oscuro rincón de mi memoria, me vienen los aromas estancados por la humedad del aquél modesto rincón de mi videoclub de barrio (llamado Herculano 2, todo sea dicho) poblado por pelis de terror. Y ese pequeño rincón del videoclub es un pequeño rincón en la memoria de muchos do nosotros. Rescatarlo es rescatar parte de nuestra memoria. Una memoria que no debemos (ni queremos) perder y que gracias a abandomoviez podremos refrescar cada fin de semana. Y si además, te informa de todas las noticias actuales sobre el género y avisa de los próximos lanzamientos en DVD y en el cine, tendemos una página de consulta más que obligada para los fans del género (que no degenerados). Gracias abandomoviez. Ahora, voy a buscar esa peli que vi hace años... una en la que sale un tío que va matando a una familia... ¿cómo se llamaba? Buscaré en abandomoviez.

Enlaces: Abandomoviez

sábado, enero 07, 2006

 

Uwe Boll: genio y figura


"Esta película es tan horrible a todos los niveles, que te preguntas por qué el distribuidor no la lanzó directamente en DVD, o mejor, porque no la tiró a la basura" (New York Times). Este comentario referente a Alone in the dark define perfectamente el cine del director alemán. Él mismo se considera como "Líder del Mercado Mundial de Adaptaciones de Videojuegos". En pocos años, concretamente desde el lanzamiento de The house of the dead en 2003, Uwe Boll se ha convertido en objeto de crítica y odios varios por parte de la crítica cinematográfica. Pero, ¿cómo coño consigue este hombre hacer una película tras otra? Sus adaptaciones de videojuegos no han conseguido precisamente buenas recaudaciones, no es el filón que se esperaba. Aun así, el bueno de Boll va a estrenas en breve Bloodrayne y tiene en cartera In the name of the king: A dungeon siege tale, Far Cry, Postal o Fear effect. La mayor parte de sus inversores son alemanes que se lanzan sobre los proyectos, pues los derechos de adaptación son realmente baratos. La jugada es muy sencilla: apostar poco para ver qué pasa. Como operación industrial nadie podría decir nada, pero el problema empieza cuando la operación entra en el terreno del cine y de los videojuegos. Es el momento en que surgen las tensiones y la crispación. El bueno de Uwe, a través de su productora BOLL KG, canaliza todo el mercado de adaptaciones de videojuegos, simplemente como reclamo, un auténtico engañabobos. Analizar el cine de Uwe Boll es como analizar los excrementos de un elefante blanco: un gran pedazo de mierda que no sirve para nada. Ni siquiera a mí, simpatizante del cine hecho con buenas intenciones pero nefastos medios, logra crear un pequeño lazo de complicidad. Es fácil y difícil definir su forma de dirigir, lo sencillo sería decir que dirige con el culo, pero lo difícil es entender qué coño quería hacer este tipejo. Son como manuales de cómo NO dirigir una película o cómo NO escribir el guión. La ausencia de ritmo es total, la coherencia de la narración es nula, los actores son siempre de lo más kinki de Hollywood (mención de honor para Christian Slater y Tara Reid). Este señor ha generado corrientes tanto favorables (sí, señores, de todo tiene que haber en la viña del señor) como contrarias. Las más conocidas son de la página Stop Dr. Uwe Boll, donde recogen firmas para que Boll deje de dirigir de una vez por todas. Reflexionar sobre Boll implica más cosas, en primer lugar una falta de respeto absoluta tanto por el cine como por los videojuegos. En especial los videojuegos, que públicamente tienen una imagen negativa (en cuanto a profundidad narrativa y didáctica) que se ve todavía más dañada. En segundo lugar, cuáles serán los límites de la creación. ¿Qué pasaría si Boll comprase los derechos de una maravilla de los videojuegos como Ico? Y en tercer lugar, me viene a la cabeza una reflexión sobre la creación cinematográfica. El cine se basa ante todo en proyectos, cientos de papeles donde se pretende dar forma a algo que todavía no está creado, pero que los productores suelen leer por encima y se ciñen a lo básico: ¿cómo voy a recuperar el dinero? En este mundo, es el que sabe responder a esta frase el que podrá dirigir películas. Dejemos ya de lado ideales creativos o románticos, repito, el director que consigue vender su proyecto (o el guionista) es el que sabe resumirlo en una frase. Y con eso ya se gastan millones de euros con la fe de que lo que hay en ese extenso dossier haga que por lo menos, puedan recuperarlo. Pues Uwe Boll ha dado con la fórmula para responder a tan temida pregunta: les vendo la película a un mercado de millones de jugadores de videojuegos, que además, están en la edad ideal como público objetivo del cine. Has dado en el clavo Boll y te has salido con la tuya. ¿A qué precio? Eso sólo el tiempo lo dirá. Mientras tanto Boll seguirá haciendo sus adaptaciones grotescas e infumables. Por si acaso, más que reunir firmas para que deje de dirigir, crearía Asociaciones para comprar los derechos de clásicos de los videojuegos (Maniac Mansion, Ico, Monkey Island...) para que el bueno de Boll no ponga sus zarpas encima. Mientras tanto, buena suerte Boll, la vas a necesitar.

Enlaces: Filmografía IMDb - Official Uwe Boll Fanpage - BOLL KG

viernes, enero 06, 2006

 

Doom


La reciente moda de adaptar los éxitos de los videojuegos a largometrajes no ha hecho más que generar una larga lista de engendros. El último en llegar a nuestras pantallas (a la espera de la demencial Alone in the dark) ha sido Doom, innecesaria adaptación del mítico juego FPS. La primera idea que me ronda por la cabeza es: ¿quién cojones ha decidido hacer una película de ese juego? ¿Es una especie de reto personal? ¿Se ha hecho únicamente por el nivel de ventas del juego (en cuyo caso la adaptación de Los Sims no tardaría mucho en llegar)? La premisa de entrada es horrible, adaptar un juego que se caracteriza principalmente por no tener argumento. La única adaptación similar que me viene a la cabeza es la de Street fighter (incluso Mortal kombat tiene más argumento), cuya trama no hacía más que repetir los clichés de tantas y tantas películas de Van Damme. Pero Doom no aporta ni eso. Lucha constantemente en convertirse película medianamente decente de sci-fi (o lo intenta) y una adaptación de un juego que consiste únicamente en disparar a los enemigos (incomparable con la trama más rica de un juego similar como es Half life). Y ese es el principal fallo del film: tomarse demasiado en serio a sí mismo. El hecho de incluir a The Rock en el reparto ya es una mala señal en este sentido. Los productores intentan hacer descaradamente una combinación exitosa: videojuego reconocido + estrella para el público que consume ese juego. En ese sentido serán las taquillas las que dicten sentencia. Pero para los que estamos interesados en las adaptaciones de los videojuegos no supone más que un nuevo revés para la imagen de estos últimos. Repito, el problema es su absoluta ausencia de sentido de la parodia, o de ir más allá del propio género. Únicamente hacia el final vemos varios minutos de metraje grabado en primera persona como si de imágenes del juego se tratase. Sólo hace falta mencionar que el terrible Uwe Boll (del que probable haga un artículo mañana) hizo una cosa igual en The house of the dead. Nadie encuentra la fórmula de la adaptación de videojuegos al cine y Doom es un proyecto perdido desde el papel, un cero a la izquierda. Y lo peor es que ni siquiera entretiene. Esperemos ansiosos que la adaptación de Silent hill sea decente, o bien que el bueno de Boll sea secuestrado por un grupo de babuinos con apetito sexual; lo que suceda antes.

Enlaces: IMDb - Doom Movie (página oficial)

jueves, enero 05, 2006

 

Maratón I: The day we met Torgo


Esta es la crónica de la primera maratón de cine freak realizada en el estudiantil hogar de mi querido amigo Lozz. La idea de las maratones nos surge como una extensión lógica de las maratones de cine de Sitges. Partiendo de esta base quisimos llevar el concepto a su extremo: intentar ver el mayor número de películas posible. Como resultado fue esta primera maratón, donde se pueden apreciar tanto la ilusión de un mundo nuevo de placeres por conocer, como las novatadas que pagamos. Este es el listado de películas que vimos aquella noche, entre las 23h y las 9h del día siguiente:

1. Desmadre a la americana (Animal house), 109 min. IMDb
2. Munchies, 83 min. IMDb
3. Zombies party (Shaun of the dead), 99 min. IMDb
4. 'Manos', the hands of fate, 74 min. IMDb
5. The last man on earth, 86 min. IMDb

> Tiempo total: 451 min. (7 horas 31 minutos)

Al tratarse de la primera maratón la improvisación fue total. De hecho no teníamos pensado ningún título para tal acontecimiento, sino que fue algo más improvisado. La materia prima básica vino de un pedido hecho por mí a amazon. De ese pedido salieron los DVDs (originales, zona 1) de Animal house, Munchies, Manos y The last man on earth. Y ahí es donde se aprecia claramente el primer fallo: todas están en inglés salvo Animal House que contaba con unos subtítulos en castellano. Y no es que no se entendieran las películas (el grado de complejidad oral de Munchies y Manos es similar a los libros de Teo), sino que cuando llevas 4 horas de cine contaminante el idioma de Shakespeare supone una gran carga y una losa. Pese a esto la noche empezó estupendamente, siempre es buen momento para ver a John Belushi enfundado en esa erótica toga. Las desmadradas aventuras de estos universitarios era una gran comienzo para una gran noche. La siguiente película fue Munchies, una lamentable película al estilo de Ghoulies, pero peor. Exacto, peor. Es posible. La película se alarga con las continuas paradas y repeticiones de ciertas escenas de Munchies volando por los aires. Conseguimos desembarazarnos de estos bichejos, con cierto cariño, para adentrarnos en una película comercial: Zombies party. La película es buena, divertida, pero no tenemos el cuerpo como para el humor bien armado de la película. Tenemos ganas de bazofia. Mientras tanto, empezamos un ritual que se ha mantenido en todas las maratones: nos hinchamos a beber coca-cola, junto a un buen surtido de patatas. El ambiente es completamente freak. Acaba Zombies party y preparamos el plato fuerte: 'Manos' the hands of fate. La película más deseada de la maratón llega en el momento justo, con el cuerpo calentito, nada de sueño y muchas ganas de ver pelis malas. Pero no estábamos preparados para Manos. la vemos incrédulos. Su baja calidad supera todo lo esperado. Repetimos incesantemente escenas clave: la muerte del perro/tabla de planchar, el susto de Torgo al buenazo de Warren, el baile de Torgo cargado de maletas, la pareja enrollándose en el coche... La película se alarga por estas repeticiones. Estamos completamente extasiados: hemos encontrado un nuevo objeto al que adorar. Una vez finalizada la proyección el nivel de euforia es altísimo. Durante la película llega uno de los compañeros de piso de Lozz: mira incrédulo la pantalla y, asustado, se introduce en su cuarto a dormir la mona. Se acercan las 7 y media. Aún hay ganas de otra peli. Se me ocurre la brillante idea de ver la adaptación de Soy leyenda con Vincente Price: The last man on earth. A los pocos minutos nos arrepentimos de tan nefasta elección. La lentitud de la película, su sonido metálicamente mono y la cercanía de las 10 horas de visionados nos llevan más hacia la tierra de Morfeo. Recibimos una lección importante para futuras maratones: hay que saber manejar el ritmo de las películas, para lo cual hay que hacer una buena planificación de las mismas. Pese a ello en siguientes maratones cometimos errores similares que ya os desvelaré. Termina The last man on earth y, completamente somnoliento, cojo mis CDs para salir de ese salón que huele a patatas fritas. Lozz y yo nos despedimos sabiendo que la maratón ha sido un éxito. Esto no ha hecho más que comenzar.

miércoles, enero 04, 2006

 

'Manos' The hands of fate (I)


Mi primera reseña va dedicada, cómo no, a una de las películas más cutres de la historia del cine. Por todos es conocida la corriente que a raíz del biopic de Tim Burton sobre la vida de Ed Wood se generó alrededor del cine de baja calidad. "Manos" está en esa onda de serie z americana, donde el bajo presupuesto se tapa con buenas intenciones. Las intenciones de "Manos" son gloriosas. La película es el disparatado fruto de la imaginación de Harold P. Warren, vendedor de productos de abono allá por Texas. Cargado con un equipo de amigos y una cámara que sólo grababa 30 segundos seguidos, el bueno de Warren emprende el difícil viaje de realizar un largometraje. Definir la película es difícil, es una mezcla de cutrez visual, actuaciones delirantes y una trama lamentable. La dificultad viene al medir lo que hay de añadido en la película. Ese material no visible, un ambiente, un clima... una compenetración directa que crea con el espectador. La historia de "Manos" no es como la de cualquier otra película, sino que es puro cine posmoderno: la película se trasciende a sí misma. Cuando hablamos de "Manos", se habla de otras cosas: del absurdo, de la tragedia del equipo (tres se suicidaron antes del estreno), de su falta de respeto por cualquier tipo de lenguaje audiovisual... Por eso "Manos" funciona como genial representación del cine que podemos denominar basura, un cine que aborda al espectador de forma violenta, agresiva. Violan nuestro sentido de la vista para sacudir nuestra idea de cine. Y en este sentido, "Manos" es una auténtica patada en los cojones. No dejamos de entrar y salir constantemente en sus imágenes. Nos las tomamos a risa, pero también vemos en los ojos de Warren (que para colmo protagoniza la cinta) un reflejo del propio espectador. El diálogo entre director y espectador es involuntariamente genial. Los largos planos de un retrovisor que refleja el desierto no estarían muy lejos de las visiones pausadas de Antonioni, Bergman o Kitano, pero no busca la realidad como aquellos, sino que busca el cine. Y aquí entraría la eterna discusión alrededor de cine y realidad. "Manos" emplea una realidad empaquetada, completamente fílmica, pero a la vez tangible. No vemos una historia, sino unos chalados grabando una película. ¿Es "Manos" un documental? ¿Lo visionamos como tal? Son estos detalles los que hacen grande a esta película. Repito, el mismo Antonioni habría puesto su firma sin dudarlo. Porque en el fondo "Manos" no es una película de invocaciones, familias perdidas o una pareja que se enrolla plácidamente en mitad del desierto; "Manos" es una puesta en duda del propio cine para poderse liberar, una crisis del espectador frente a la pantalla, una transición del cine moderno al posmoderno (y más allá). Un mundo en que ficción y realidad realizan un combate de boxeo, donde el espectador es noqueado en el último asalto. Una joya de obligada visión.

Nota: Para mayor información acerca de la película, sus errores, su rodaje, etc.: http://www.agonybooth.com/manos

 

New in town


Me doy la bienvenida a mí mismo al mundo de los blogs, inaugurando este en el que todavía no sé concretamente de qué voy a hablar. Probablemente meta críticas de las películas que vaya viendo... no sé. Probablemente hagamos juntos un viaje al lado más basurero del cine. Aprovecharé también para hacer públicas las maratones de cine basura que hago con mi amigo Lozz. Habrá tiempo para pensarlo. Un saludo a todo el mundo mientras tanto.

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