jueves, marzo 23, 2006

 

The Unnamable: terror coreografiado


De uno de los rincones más oscuros y escondidos de mi videoclub (y de mi memoria), de forma periódica me iban viniendo flashes, recuerdos espontáneos de The Unnamable. Los que conozcan la obra de H. P. Lovecraft (que supongo seréis la gran mayoría) sabrán inmediatamente que la película es una de las múltiples adaptaciones que sobre el universo del genial autor se han realizado. Lovecraft ha sido la guía de cientos de aficionados al género alrededor del mundo. Ya desde los años 70, su obra se ha ido editando y reeditando en España de manera escalada y poco reconocida (hasta la excelente recopilación que acaba de editar Valdemar). El género se ha nutrido de una visión más científica y a la vez ritual del monstruo. El monstruo que retrata Lovecraft es un primigenio que va más allá de la concepción humana, un monstruo cósmico que trasciende no sólo nuestro espacio, sino incluso nuestro propio tiempo (“incluso la muerte puede morir”). En el universo de Lovecraft, la visión equivale a la locura. Nos coloca una gasa frente a nuestros ojos, únicamente para intuir la locura que hay al otro lado. Una locura que no solo supone un cuestionamiento físico, sino un replanteamiento del propio estatus del ser humano en el cosmos. Este es el terror de Lovecraft y por increíble que parezca, no se puede entender el cine de terror de los ochenta (en adelante) sin la influencia que este autor ha tenido sobre los directores del género. Y no es de extrañar, pues pese a tratarse de un autor de principios de siglo, la corriente post-hippie revitalizó sus obras, de la misma forma que se hizo con J. R. R. Tolkien. Y fruto de esa revitalización es gran parte de la cultura popular que la mayor parte de nosotros hemos mamado. Desde los juegos de rol (La llamada de Cthulhu, El señor de los anillos), pasando por los videojuegos (Alone in the dark), hasta pasar por el cine. Pero, ¿qué hay en el universo lovecraftiano que dé pie a ser adaptado? ¿Qué parte de ese universo imposible de fotografiar ha hechizado a tantos realizadores y escritores? Este sería un interesante debate del que únicamente sacaré la conclusión efectiva: el universo de Lovecraft se reduce a un cúmulo de balbuceantes y babosos seres, en oscuras e infectas catacumbas. Por tanto, es una visión que claramente ha nutrido el mito del monstruo en los ochenta. No hay más que ver películas como El príncipe de las tinieblas (John Carpenter, 1987), Temblores (Ron Underwood, 1990) o incluso La mosca (David Cronenberg, 1986). La visión de Lovecraft no solo estaba siendo alterada (al fin y al cabo a él le interesaba especialmente la no-presencia de estos seres), sino que estaba llegando a puntos casi caricaturescos. Pero por suerte sólo se trataban de mitos inspirados en su obra. Apuntes y detalles de una gran lienzo. Es lo que se empieza a conocer como un ambiente lovecraftiano (aunque sea una mala designación). El problema viene precisamente cuando a estas influencias indirectas, que todo el mundo interpreta como tales, se les quiere poner el sello del propio Lovecraft (¡que alguien pare a Stuart Gordon!). Ahí es cuando el invento se desvanece y cuando la ininterpretabilidad de los textos se hace más manifiesta. Es entonces cuando me vuelven esos flashes. The Unnamable se erige como una visión fidedigna del universo lovecraftiano. Una visión que recoge todos los tópicos que hacen reconocible su obra (Randolph Carter, la Universidad de Miskatonic y el mítico Necronomicón), pero dejándolos completamente al desnudo. El mito, el monstruo que está a eones de la raza humana, se convierte en un ser atrapado en un ático polvoriento y que anticipa sus crímenes con una curiosa danza, que no sabemos si es ritual o simple alegría por la recién alcanzada libertad. El universo no sólo se caricaturiza, sino que se deforma, llegando a alcanzar el esperpento. En este sentido, The Unnamable es el Cascanueces de Lobecraft (sí, este los escribo con b), una coreografía en versión ballet del terror. El cóctel está listo y preparado para explotar en tus narices. Si a esto le juntamos una estética ochentena desfasada, una calidad de imagen propia de un VHS porno en el dormitorio de un adolescente y una fotografía AZUL (si la veis entenderéis las mayúsculas), el desastre está garantizado. Como se suele decir, “si Lovecraft levantara la cabeza”… Sé que hay muchas versiones lamentables de este universo (las cuales espero comentar más adelante), pero considero que The Unnamable recoge perfectamente no solo el hecho de que Lovecraft sea imposible de adaptar (que como poco sería cuestionable, pues cómo podemos representar lo que no se puede representar), sino de cómo un mito puede estirarse hasta llegar a su propia mutación, generando un producto nuevo, completamente alejado de sus orígenes. Cualquier parecido con el original es pura coincidencia. Y eso en el fondo es el nacimiento de una nueva forma de representar un género y unos miedos. Es una visión que amplía este abanico de posibilidades dentro de los que estamos, generando un mundo más cercano a la parodia que al terror al que pretende evocar. En resumen, es la imagen perfecta de lo que supuso el cine de los ochenta en cuanto al terror, una vuelta al paroxismo de los cincuenta, pasado por el mix lovecraftiano. Me viene un nuevo flash. Ahora no es The Unnamable, sino una película más loable, Videodrome. La imagen es la de una cinta de vídeo orgánica y babosa, que es insertada en el estómago del pobre James Woods. Eso, amigos, es el cine de terror de los ochenta (aunque algunos cambien el estómago por su propio culo).

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