martes, junio 20, 2006

 

Captain America: il capitano americano


Superman (Richard Donner, 1978) fue sin ningún tipo de dudas el pistoletazo de salida para la adaptación de grandes clásicos del cómic a las pantallas. Películas como Batman (Tim Burton, 1989), Dick Tracy (Warren Beatty, 1990) o The shadow (Russell Mulcahy, 1994). Resultado de todo ello es la segunda juventud que estos héroes están viviendo, con Spiderman (Sam Raimi, 2002) y X-Men (Bryan Singer, 2000) como punta de lanza. Pero, ¿qué implicaciones tienen estas adaptaciones de historias ya representadas sobre papel? ¿Qué espera el espectador de estas películas? Superman supone un referente en cuanto a misticismo y espectacularidad de la propuesta. La película de superhéroes no solo debe representarlos en pleno proceso de la mítica que los ha creado, sino crear una nueva partiendo de los valores cinematográficos. El cine no debería ser un cómic visual (como la debatible adaptación de Sin City de Robert Rodríguez), sino contener todos los elementos necesarios que de por sí creen la mítica de los personajes. Una mítica en la que los escenarios ocupan un papel esencial, casi más que en ningún otro tipo de género. Se trata entonces de la misma capacidad de Darkman de generar un héroe de las cenizas (nunca mejor dicho). Todo lo demás puede derivar hacia la explotación o hacia otros lenguajes que no necesariamente deben considerarse cinematográficos. Se trata sin ninguna duda de un tema amplio, difícilmente abarcable en tan poco espacio. Pero cabe distinguir la adaptación del cómic de la adaptación del héroe, el individuo (o grupo) que lucha por el bien de los demás. Se trata de una figura tratada con asiduidad en el cine ya desde un género como el western y películas como La diligencia (John Ford, 1939) o El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962). Pero la mítica del superhéroe tiene algo que casi lo diviniza, lo cual dificulta en cierta medida el acercamiento del espectador. Por este motivo, estas películas hacen especial hincapié en los problemas “humanos” del héroe: Peter Parker, Clark Kent o Bruce Wayne son contrapesos que acercan a esos héroes en lugar de alejarlos del espectador. ¿Qué pasa cuando todas estas directrices se rompen? Cuando tenemos un héroe no demasiado poderoso, sino demasiado humano, y cuyo mítica se reduce a cero. Es el caso de la infame adaptación del Capitán América.

Un héroe que de por sí no recoge demasiadas simpatías, pero cuya adaptación aúna todos los elementos que nos llevan a hablar del concepto del filón. Para cualquier productor el concepto de filón supone apuntarse al carro de los beneficios. Y si son los superhéroes los que están dando dinero (tras la espectacular taquilla de Batman), pues de superhéroes haremos la película. Este tipo de explotación produce un distanciamiento creativo que genera aberraciones como este Capitán América. El superhéroe no solo se humaniza en exceso, como comentábamos, sino que además se ve ridiculizado. Ciertamente cuando hablamos de esta película podemos llegar a distinguir una involuntaria parodia de un género. La incapacidad del héroe de actuar como tal le lleva a situaciones tan estrambóticas como la de zafarse de un supuesto villano engañándole y haciéndole entender que se ha mareado en el coche. El guión, la interpretación (¿el hijo de Salinger?) y muy especialmente los escenarios (propios del euroterror de los 70) actúan en contra de lo que debe ser una adaptación de un cómic de superhéroes. Pero pese a ser una parodia, no hay atisbos de que esa sea la intención. Es decir, se pretendía hacer una adaptación del Capitán América. Dicen que el hábito no hace al monje y en este caso las mallas apretadas no hacen al superhéroe, sino a un patán con un poco de tripita más cercano a un vídeo de los Village People. La intención se distancia completamente de la capacidad de generar un producto en condiciones, empleando a los superhéroes como mero producto de explotación. Es decir, toda corriente, necesariamente generará su Capitán América, productos derivados cuya comercialización busca otros cauces. Productos que acabarán deformando y girando completamente la idea original. Porque no se trata sólo de hacer las cosas horriblemente mal, sino de invertir las pautas que rigen la creación del producto que buscas. ¿Cómo es posible, sino es teniendo en cuenta la producción, que Capitán América transcurra en gran parte en Italia? ¿Qué sentido tiene, en un universo como el de los superhéroes, emplear localizaciones naturales y un castillo semiderruido como eje central? Son muchas las cuestiones que plantea una película tan mala como esta, pero hay una que va más allá y que me lleva a pensar en los títulos que esta nueva juventud de los superhéroes nos deparan. ¿Es Man-thing (Brett Leonard, 2005) el primer Captain America de esta nueva generación? Al fin y al cabo, siempre hay un lado oscuro.

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