domingo, julio 23, 2006

 

Las colinas tienen ojos (2006): Aja y un bote de pegamento

El concepto del remake ha venido asociado en los últimos años al de explotación comercial. De eso el bueno de John Carpenter es tristemente conocedor tras las recientes adaptaciones de clásicos como La niebla (1980) o Asalto a la comisaría del distrito 13 (1976). Se trata de operaciones comerciales más vinculadas al entorno que mueven y a su capacidad de generar revivals que agilicen el sistema productivo de los próximos cinco años. De esta forma, presionando la tecla adecuada se genera un movimiento dentro de la industria, generalmente carente de ideas refrescantes. Con mayor o menor acierto, considero que el remake de La matanza de Texas (Marcus Nispel, 2003) supone un auténtico acierto en este sentido. En esencia presenciamos la recuperación de una estética aplicada especialmente al cine de terror. Otras películas como Malevolence (Stevan Mena, 2004) o Wrong turn (Rob Schmidt, 2003) ejemplifican la vuelta del profundo sur a las pantallas. La ética de la bala frente a la estética de lo grotesco. En general lo que encontramos es una reacción a un gobierno americano que ha potenciado estos valores, ligados a estas películas que ahora se recuperan. De esta manera, George Bush vendría a ser el Leatherface de nuestros tiempos. Y el resto del mundo se ve influido directamente por dichas tendencias de recuperación estética. Pero aun así, estábamos faltos de la auténtica vuelta de tuerca de lo que supone un remake en toda regla. Este es el momento idóneo para que aparezca Alexandre Aja y su reinterpretación de Las colinas tienen ojos. Porque esa debería ser la esencia de todo remake: reubicar todos los componentes que lo formaron en un nuevo entorno, pese a que dicho entorno sea el mismo que treinta años antes. Y aquí es donde me rindo ante la maestría absoluta de Alexandre Aja y de su guionista habitual, Grégory Levasseur. Ambos nos trasladan a una ubicación idéntica a la de la película original, pero en la que la distribución de papeles se ha alterado. Pasamos de un grupo de pseudos-hippies asesinos que parecen tener un buen viaje de ácidos a un grupo de deformes víctimas de las pruebas nucleares realizadas en Nuevo Méjico allá por los sesenta. Pasamos de un radical oposición al distinto, a un acercamiento empático o por lo menos una aproximación a las motivaciones del otro. Porque en el fondo somos nosotros los que los hemos creado. Se trata de un mensaje similar al de la poco valorada C.H.U.D. (Douglas Cheek, 1984), donde somos víctimas de nuestros propios residuos. Pero Aja no se conforma con esta revisión de la cultura americana del arma de fuego (a la que reprueba de forma rápida y certera gracias a variopintas armas alternativas, especialmente un dañino destornillador), sino que ofrece un espejo no tan distorsionado de lo que en un primer momento podría parecer. Donde en la versión original la diferencia entre “ellos” y “nosotros” era radicalmente clara, en esta versión se solapan, convirtiendo en una bestia asesina al más pacífico de los americanos. El salvajismo respondido por el propio salvajismo. Y es evidente que de esta carnaza nadie puede quedar a salvo (o limpio, como nuestro pobre protagonista). Aja replantea el juego del rescate de la hija no como una aventura que forma parte de un plan ya tramado, sino como un auténtico descenso a los infiernos durante el cual Doug sacrificará su propia cordura y creencia en los valores democráticos. El fuego se combate con fuego. Y ese es peligro del que nos alerta Aja en este genial remake: la espiral de violencia se inicia por motivos salvajes y crueles que nos arrastran a esa misma locura. Ya no importan los motivos y razones del agresor, sino el volumen del ultraje recibido. Y dentro de esta barbarie únicamente salva a una pequeña niña, casualmente vestida como Caperucita Roja (¿quién es realmente el lobo?). Una pequeña niña con alteraciones genéticas en su rostro que se olvida de sus motivaciones a la hora de buscar venganza y pone por delante el futuro esperanzador, reflejado en la hija de Doug. En el fondo, Aja plantea que son las generaciones futuras las responsables de dejar atrás los pecados de sus antepasados, pese a que eso implique un sacrificio por su parte (al fin y al cabo los pobres mineros fueron puteados en un alto grado). En esencia, una auténtica referencia en cuanto a lo que un remake se entiende. A todo esto acompaña el indudable talento de Aja a la hora de generar ambientes opresivos, a retorcer a los personajes hasta límites insospechados. Porque Aja sabe que la capacidad de crear personajes es proporcional a la capacidad de acercarlos a los espectadores, y que una vez que los tenemos a nuestro lado, nos convierte en espectadores más vulnerables. Gracias a un guión completamente respetuoso con el original, pero amante absoluto de los detalles que regeneran a los personajes, Aja nos tortura directamente frente a nuestros ojos. De la misma forma que Doug acaba el espectador: magullado, sangrante y con una abierta duda en su espíritu. Porque hacía muchos años que no veía una película de terror no ya que fuera efectista (Aja también cae en innumerables golpes de efecto, díganse sustos de alto volumen), sino que sacudiese las conciencias de los espectadores. Que te agarrases a la butaca como si estuviera impregnada de pegamento y que recibiese golpes continuamente. Porque en el fondo Aja es un torturador y la butaca del cine es el lugar perfecto para realizar esas torturas que tanto le gustan. Al fin y al cabo, hasta pagamos por ello.



Comments:
Excelente post, fui a ver la película y sí, realmente me pareció una tortura.
 
A ver cuando encontramos algún artituclito sobre teoría del videojuego en este blog. Hombre ya. Sírvase de inspiración:

http://www.upf.edu/materials/depeca/formats/mwolf_esp_ar.htm
 
En efecto es una idea a la que le doy vueltas, pero sería cuestión de colocarla en su lugar apropiado. En ese caso abriría un blog hermano en el que poder discutir sobre un tema tan candente como es el lenguaje de los videojuegos.
 
Aja es un tipo listo que sabe aprovechar las buenas oportunidades. Lo que ha hecho con este remake del film de Craven merece todos los elogios, pero, en general, dudo de su fuerte en el tratamiento del género: su Las colinas tiene ojos no es ninguna obra maestra y encarece bastante en algunos pasajes y, sobre todo, en recursos sobadísimos, y el punto final (que no el despampanante y muy conseguido clímax final)denota mediocridad y falta de imaginación en comparación con el emocionante y brutal del film original, aunque por todo lo demás me parece un mazazo de horror soberbio. Y su violencia, plenamente satisfactoria, tampoco es para tanto teniendo a todo un bruto posmoderno del calibre de Rob Zombie metiendo autentica caña en la actualidad. El cine de este hombre es un "que te jodan" bien visible, mientras que el de Aja, o es una memez (Alta tensión)o, a su favor esta vez, un muy buen film gore con intenciones moralistas (aunque haya gente que niegue esto), por lo que no es un torturador demasiado convincente. Torturar no es acerte pensar, sino hacertelo pasar tan mal que quisieras explotar. Los renegados del diablo es la obra maestra en este sentido que debería demostrar rotundamente eso de sufrir frente a una pantalla, y para colmo frente a una de las grandes. Tobe Hooper fue quien mejor lo demostró en los 70, por cierto. Aquello si fue, y seguirá siendo siempre, una tortura.
 
Comparto gran parte de sus argumentos, en especial por su adoración por la obra original de Craven y especialmente por mencionar a Hooper como referente. Pero como para gustos están los colores, creo que la obra de Aja parte con una ventaja notable respecto a la del señor Zombie: los personajes. Pese a optar claramente por el apunte frente al desarrollo, las películas de Aja crean una pantalla narrativa en la que el espectador se ve más reflejado que los personajes más macarras de Zombie. La obra del diabólico rockero implica necesariamente una mayor complicidad por parte del espectador para ganar la partida. Por tanto diferenciaría entre sacudida moral sobre el espectador y la sacudida emocional. En este sentido Aja plantea claramente una sacudida emocional, con lo que arrastra a una mayor parte de espectadores. La sacudida de Zombie es (pretendidamente) más moral (término que no necesariamente debe entenderse en positivo), con unos resultados que considero algo discutibles. Pero está claro que ha expuesto un abanico muy interesante respecto a dos referentes que marcan tendencias en el panorama del cine de terror.

Le agradezco su comentario enormemente,
aylmer
 
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