lunes, enero 29, 2007

 

Creep: el regreso del misterio


Como hemos comentado en otras ocasiones, el cine de terror (extendiéndolo al cine en general) es una experiencia y una previa de esa experiencia. Cuando nos sumergimos en el universo narrativo que nos plantean, de alguna manera, ya hemos realizado algún esfuerzo previo para saber si vamos a caer sobre cemento o sobre un mullido colchón. Como en pocos géneros, el terror debe ser una invitación al enigma. Cuanto más (y mejor) se activen los resortes del imaginario colectivo, con mayor rapidez conectará la película con el espectador. Y no hay nada como activar referencias góticas para despertar esa curiosidad. La película se dimensiona y se dirige en un mar de posibilidades, dejando al (pre)espectador, sumido en una bendita ignorancia. Porque como se suele decir, cuanto más alto se suba, más alta será la caída. Es decir, para generar un ambiente favorable, la película de terror debe subir el listón, bien a través de osadas sinopsis, o bien con prometedoras carátulas. Hace bastante tiempo que la carátula en el cine de terror dejó de ser parte de esa promesa (no declarada), así que el énfasis se va poniendo cada vez más en la sinopsis. Por ejemplo, cojamos la sinopsis de Creep (Christopher Smith, 2004):

Londres. Una fría medianoche invernal. Sin un solo taxi libre en el West End, Kate (Franka Potente) enfila hacia el metro. Con un puntillo de alegría etílica, espera en un banco del andén, pero acaba quedándose dormida... para despertarse y darse cuenta que todo el mundo ha desaparecido. Presa del pánico, intenta salir de la estación, pero todas las salidas están cerradas. De pronto, un tren llega a la estación y ella se monta en él algo inquieta, ya que el vagón está completamente vacío. Su alivio ante lo que parece su regreso seguro a casa se transforma en de nuevo en alarma cuando el convoy se detiene en mitad del túnel y su vagón queda a oscuras. Kate está a punto de enfrentarse a una serie de sucesos terroríficos que pondrán a prueba su resistencia y su cordura hasta el límite. Y es que Kate no está sola en aquel laberinto de húmedos corredores y recovecos oscuros. En la penumbra acecha un horror inimaginable... algo que mora en un laboratorio secreto... y que no está dispuesto a dejar escapar a Kate.

El juego con el espectador es claro, alentándole a rellenar los claroscuros de esta sinopsis en su camino hacia el cine. De hecho, espera poder experimentar esas mismas sensaciones cuando vea la película: alivio, pánico, inquietud o resistencia. Todo esto se convierte en promesas de experiencia cinematográfica, que como hemos comentado, colocan alto el listón, pero que por otra parte son necesarios para delimitar la película. Porque esta expectación está muy ligada al terror ya desde el estreno de una película como La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968), donde se recompensaba a los espectadores en caso de sufrir un ataque al corazón. La cuestión es cómo se maneja esa distancia crítica, entre lo prometido y lo visionado. Podemos tener a los espectadores en un estado narcotizante (gracias a estas exposiciones previas), pero la narración debe ser el clímax.

La cuestión esencial será entonces cómo manejar la promesa y qué estados receptivos producirá en el espectador. Volvamos al metro de Londres, donde habíamos dejado a una inquieta Kate. “En la penumbra acecha un horror inimaginable... algo que mora en un laboratorio secreto... y que no está dispuesto a dejar escapar a Kate”. ¿Cómo podemos hablar de un terror inimaginable, pero a que su vez será visible? ¿Cómo manejar el terror sin que acabe fagocitándose a sí mismo, víctima del manejo de la visibilidad? Evidentemente Creep es el camino a evitar. No por el tono de la película, pues es realmente entretenida y con varios puntos de logrado suspense, mucho menos por la siempre impresionante Franka Potente; sino por este control de lo visible. Porque la forma de operar de esta generación de expectativas hacia la película, debería ser la misma con la que trabajase la propia película de terror. El terror debe ser una expectativa continua. La consumación de cualquiera de las promesas conduce inexorablemente al descubrimiento de sus mecanismos. Es evidente que podemos encontrar casos que nieguen la afirmación aterior. Sin irnos muy lejos tendríamos La noche de los muertos vivientes y La matanza de Texas. Pero debemos entender que los mecanismos de esas películas remarcan el realismo de sus propuestas. Es decir, el terror al que nos enfrenta no es algo innombrable o un horror inimaginable, es algo completamente real. El choque se produce entonces entre realidad y ficción. La ruptura de esa frontera dramatiza los hechos y nos lo hace cercanos (hasta el punto de llegar a El misterio de la bruja de Blair). Pero del terror que hablamos hoy está más cercano de películas como Al final de la escalera. Porque en el fondo, el terror está viviendo esta ruptura. Los monstruos se alejan de los cines y se acercan a las pantallas de TV tras el 11-S. Leatherface y Hannibal Lector quedan claramente de nuestro lado. El terror se confunde con el drama (como en la magistral Funny Games) y empieza a perder terreno. Volver al misterio se antoja necesario, cuando estamos rodeados de sangre. Y son películas como Creep, las que intentan (re)correr ese sendero. Pero el camino no ha hecho más que (volver) a empezar.


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